Todavía durante el siglo XIX los masais eran temidos, ya que dominaban al resto de los pueblos del este de África. Tenían los mejores pastos y practicaban sin pudor, ni resistencia el rapto y robo de ganado. Toda su fuerza se basaba en una organización militar. Si bien su rasgo nómada, relacionado con el mantenimiento del ganado, impidió la organización de un estado, lo que más tarde les acarrearía su descomposición como pueblo, actuando decisivamente este factor en detrimento de su civilización. Se intenta siempre que la mujer quede encinta nada más casarse, estando prohibida toda relación sexual entre cónyuges hasta que los hijos nazcan. Al hombre también le son vetados algunos privilegios, como el de visitar la cabaña del parto durante los diez primeros años o el de comer en casa hasta que el hijo aprenda a andar. Pero la mujer es quien acaba pagando las mayores penitencias tras el enlace; aunque la más veterana del harén posee cierto poder sobre las demás, ha de padecer, como el resto, ciertas situaciones humillantes. Es tradición que la familia del novio la reciba en el primer encuentro a base de insultos y estiércol -como alegoría de la dura vida que emprende y la necesidad de fortalecer su carácter-, y durante sus años de matrimonio, debido a la cosificación que sufre, puede ser prestada por el marido a cualquier amigo que esté de paso por el poblado y necesite satisfacer alguna necesidad venérea.