Un masai cerca de su cabaña que se construyen normalmente con ramas y troncos de madera embadurnados con excrementos de sus propios bueyes. El día de la boda, la mujer Masai, luciendo su pelo rapado, adornada con toallas de colores y abalorios blancos, parte hacia la casa de su futuro marido desde la del padre, quien la bendice escupiéndole leche sobre el cuello. Llegado este punto, casarse es una decisión irrevocable; la creencia Masai dice que si se arrepiente y vuelve sobre sus pasos, se convertirá en una vulgar piedra. Durante el camino se ve agasajada por mujeres del poblado, quienes le regalan terneros y cabras, y una vez llega a casa del hombre, éste le da de beber leche agria en una calabaza, lo que constituye el momento cumbre de la ceremonia. Consumada la boda, la mujer pasa a formar parte, como una posesión más, del patrimonio del hombre. El Masai puede casarse con cuantas mujeres considere oportuno -se trata de una sociedad que tolera la poligamia e incluso la promiscuidad-, siempre que pueda mantener a todas ellas y garantizarles la dote. Tampoco está mal visto que la mujer Masai mantenga relaciones extramatrimoniales con hombres de la misma edad del marido, bajo la condición de mantenerlo al corriente, y éste lo consiente pues según envejece va siendo consciente de que no puede satisfacer a todas sus esposas.