Los niños de la zona se divierten con la pesca mediante una simple cuerda y un anzuelo. Gili Meno. En el horizonte Gili Air, la isla discreta y olvidada, de expatriados y secretas fiestas de colores. Hacia el oeste Gili Trawangan, la isla de los party-backpackers y el bronceado dorado, de surfistas, buceadores y aspirantes a serlo. Donde va todo el mundo. Los barcos de los pescadores aquí son alargados, con dos barras de madera ancladas a los costados para incrementar la flotabilidad. El coral está tan cerca de la orilla que el calado es muy bajo, hay que empujar para poner el barco a flote. Crece a pocos metros, es accesible, aunque no muy vistoso. Grandes rocas redondeadas y ramas pegadas al fondo de tonos rosados y violetas, algún amarillo. Pequeños peces de un azul brillante, como de neón, destacan entre el resto de fauna tropical y un plancton fluorescente, muy famoso, salta en minúsculas partículas al golpear el agua por la noche. Dicen que los días de luna llena las tortugas van hasta la playa para dejar los huevos. Ahora es mediodía y el calor sólo te deja estar pegado a la orilla, a un mar azul en el horizonte, verde y transparente junto a la arena. Vendedoras de mango y piña recorren con elegancia la playa. Llevan cestas negras, apoyadas en un paño sobre la cabeza, y contonean rítmicamente sus caderas al andar. Rostros redondeados, oscuros, a los que no parece que el sol les afecte. Los turistas ya se repliegan a la sombra de los árboles, no hay palmeras en la orilla. El rato al sol se ha acabado. Toca dormir un poco.