CAN TUNIS BARCELONA DRUGS Aguanta la jeringuilla en la boca mientras busca la dosis en el bolsillo. 	Fui incapaz de bajar, de poner el pie en el suelo, estaba agarrotado, no paraba de sudar. Mientras tanto Enrique, el conductor colocaba un bidón con agua, sobre una mesita plegable. Brigitte, una médico alemana, - que con su aspecto de walkiria rubia parecía puesta allá un espejismo - estaba junto a la ventanilla, y Eugenia  la responsable del asunto y enfermera, una de las profesionales de la tripulación, atendía desde detrás. Lo hacia con la misma frescura que una pescadera en el mercado de La Boqueria, con más arrestos que el caballo de Santiago, y más conchas que galápago. Este era el equipo de aquel día, al que me había sumado, pero en otras veces  he ido enrolado desde con trabajadores sociales, hasta una traductora de ruso, o desde psicólogos a antropólogos.      	Fueron llegando como zombis, salidos de un “video clip” de Mikel Jackson, tambaleándose, caminando por entre una alfombra  de jeringuillas y una mar de desperdicios, mezclado con lodo,  charcos de aguas y sus propias defecaciones. Al fondo unos colchones por el suelo, un sofá desvencijado, una caseta de perro, bajo una pintada que reza “La fuerza está en ti. Dios te quiere libre”. No hay nada, ni agua potable, ni servicios sanitarios, ni contenedores para la basura. ¿Para qué?. Nadie recoge nada, no pasa, por ejemplo, como en la parte alta de la ciudad, en la Carretera de Les Aigües, donde una brigada de la limpieza se lleva con primor los preservativos utilizados y los pañuelos desechables, usados en  lances de amor. Aquí nadie les ve, no hay turistas, no sucede como con los inmigrantes de la Plaza Cataluña. De vez en cuando pasan una excavadora y dejan el terreno liso.