Airkenya vuela tres veces al día durante todo el año desde el aeropuerto de Wilson en Nairobi hasta Masai Mara. La urbe y los Masais  Pero esta exhibición de vida salvaje no es, aunque resulte increíble, el mayor tesoro que queda prendido al corazón del viajero. A la hora de partir, cuando, de vuelta a Nairobi, regresa el asfalto y comienzan a verse las primeras gasolineras, las primeras casas de uralita, por el proyector de la memoria comienza a pasar los irrepetibles rostros humanos que se quedan en aquella remota sabana, y el jeep se convierte en un inesperado funeral por lo que se deja atrás. Lo más admirable de la tierra masai son sus gentes. En otro tiempo temidos guerreros, los masai mantienen costumbres ancestrales y continúan poniendo su vida de pastores nómadas a disposición de su ganado. La vaca es el elemento central sobre el que gira el universo masai. De ella obtienen la leche y la sangre con la que se alimentan. Con sus cuernos y sus pieles fabrican utensilios imprescindibles para una vida nómada. Con el abono de las reses construyen sus casas. La vaca es además moneda de curso corriente hasta para comprar una esposa. Así que, como si de modo inconsciente el visitante quisiera llevarse para su casa leves calmantes contra el dolor del mal de África, la maleta regresa cargada de baratijas inservibles, recuerdos de los masai, que en el considerado primer mundo adquirirán un valor sentimental inmenso.   La morriña de aquellas tierras y sus hospitalarias gentes es tan intensa a la vuelta que hasta la tierra roja que mancha los zapatos cuesta trabajo de desprender una vez se ha abandonado aquel lugar de imponentes fieras y sonrisas perennes.