Algunas mujeres rezan en el monasterio de Nakuto Lab, en las afueras de Lalibela. Las misteriosas iglesias subterráneas, unos monumentos monolíticos extraídos de la piedra en Lalibela, han sido utilizadas ininterrumpidamente por los sacerdotes ortodoxos desde los siglos XII y XII, cuando esta lejana ciudad de montaña era todavía la capital de la importante dinastía Zagwe. El propósito de cada iglesia ha eludido la labor de los historiadores modernos: cada edificio es único en su tamaño, forma y ejecución, están esculpidos con precisión sobre la piedra (algunos dicen que por miles de trabajadores) y algunos de ellos fastuosamente decorados. Cuenta la leyenda que por lo menos una de las iglesias fue construida por ángeles en un solo día; otra leyenda cuenta que las iglesias nacieron de un sueño del rey Zagwe. Las once iglesias fueron excavadas bajo la superficie de la tierra, llegando en algunos casos a alcanzar los 10 metros de altura. Están rodeadas por patios y zanjas que las conectan entre sí, constituyendo un entresijo de túneles y pasadizos entre un edificio y el próximo. Las iglesias son tesoros en Etiopía como las grandes pirámides lo son en Egipto. La ciudad de Lalibela, emplazada entre escarpados barrancos de más de 2.500 metros, es una verdadera delicia.