Un mendigo pide dinero a las puertas de una de las iglesias de Lalibela. Las iglesias de Lalibela, fueron talladas en la roca viva sobre el año 1200 representando la Tierra Santa como respuesta a la captura de Jerusalén por los musulmanes. Cuatro de las iglesias son exentas; las demás están unidas a la roca madre, bien por alguna pared o bien por el techo. Éstas últimas también son asombrosas, en todas ellas, el espectáculo arquitectónico es maravilloso, un trabajo de hormigas, en concreto de 40.000 obreros que se encargaron de vaciar los miles de metros cúbicos para dejar al descubierto las iglesias. Aunque también hay quien cree que tal obra, por su magnitud y belleza, solo pudo haber sido creada por los ángeles.  Las iglesias de Lalibela se distribuyen en dos grupos principales, separados por el canal de Yordanos, que representa el río Jordán, pero comunicadas entre sí por túneles, pasadizos y trincheras. El lugar fue concebido para que su topografía correspondiera a una representación simbólica de Tierra Santa. Basta cruzar el umbral de cualquiera de los templos, recorrer los pasadizos excavados en la roca que unen unos y otros, admirar la belleza de sus Biblias, escuchar los rítmicos cantos litúrgicos para retroceder en el tiempo sea el día que sea del año. Los suelos siguen cubiertos de paja y ásperas esteras. El mobiliario es escaso. La luz, mortecina. Y los sacerdotes surgen de la penumbra para dar su bendición al recién llegado con una gran cruz que portan en su mano. Estamos en el África más desconocida e ignorada. Estamos en Lalibela, la “Jerusalén negra”.  De todas las Iglesias, la pieza maestra, el icono de Etiopía, es la maravillosa Bet Giyorgis (Iglesia de San Jorge), que se dice que fue construida después de la visita que el Santo hizo a Lalibela montado en su corcel blanco. Bet Giyorgis está apartada del resto de iglesias, excavada en una pendiente rocosa desde la cual se puede apreciar perfectamente su pétreo origen. Se desciende a ella por un pasadizo tallado en la roca, que cruza dos portales para desembocar finalmente al patio que rodea la iglesia. Como en todo Etiopia, los monjes saludan a los visitantes con un “salam” (del árabe: paz) y enseguida abren las puertas de la iglesia para que éstos puedan admirar sus tesoros: cruces macizas de oro de bellísimas formas, antiguas pinturas de santos ortodoxos y algunas esculturas excavadas en la roca, parte integrante de las columnas o paredes.