Las flores y los pequeños nenúfares son una constante en el safari acuático efectuado desde el campamento Eagle Island Camp de Orient Express, en las afueras de la Reserva de Animales de Moremi, en Botswana. El Delta del Okavango. Es uno de los lugares más fascinantes y desconcertantes del continente negro, donde el agua se encuentra con las arenas del desierto del Kalahari formando un pequeño universo de vida salvaje único y extraordinario.  Este es un sitio muy bueno, al igual que la cercana Serongo, para empezar a conocer el delta transportado en una mokoro, las pequeñas piraguas construidas tradicionalmente a partir de un tronco de árbol. Un barquero situado en la parte trasera nos empuja fácilmente con una pértiga de entre cuatro y cinco metros a través de canales anchos. El delta empieza a abrirse allí y las miles de ramificaciones que toma aún no se aprecian tan bien como en el otro famoso lugar: Maun, situado en el extremo suroeste del delta. Autodenominado como “la puerta del delta del Okavango”, Maun es uno de los lugares más turísticos del país. Pero eso, en Botsuana, es casi hasta bueno: mucha oferta, muchos campamentos diferentes para alojarse, bancos y restaurantes decentes, muchas actividades… La concentración de turistas es tan escasa y los hoteles están tan separados unos de otros a lo largo del río que a veces cuesta creer que estemos en un lugar realmente turístico, más aún si lo comparamos con la costa de España. Este es un gran punto de partida para hacer una excursión de dos o tres días en la piragua. Cada una admite un máximo de dos personas y el remero, que hace las veces de guía. Una cooperativa es la que gestiona todos los viajes en mokoro, estableciendo rotaciones entre los remeros para beneficiar a toda la comunidad. Las tarifas son estándar por día, una parte de las cuáles va a un fondo común para mejoras en la comunidad. La idea es que el beneficio se reparta equitativamente. Desde Maun, nos trasportan en una barca a motor por uno de los riachuelos hasta Boro, el punto de partida. A partir de ahí entramos en el reino del agua, del silencio, de la cámara lenta. Sentados en el suelo de la barca, avanzamos por lenguas de mansas aguas, casi quietas, totalmente transparentes pero con una coloración rojiza. El agua queda muchas veces camuflada por la vegetación que invade el lecho y su superficie y en ocasiones el barquero inventa el camino, empujándonos por encima de los juncos y nenúfares, sin demasiada dificultad. En el horizonte, en las islas señaladas por los árboles (palmeras, ébano o el curioso árbol salchicha) no tardan en aparecen pájaros (martines pescadores, garzas, águilas) y algún antílope. Pero para ver animales más grandes aún tenemos que adentrarnos más en el delta y buscar tierra firme. En alguna de las miles de islas que componen el delta es donde viven los grandes mamíferos. El agua, y más en mitad del desierto, es vida y por ello el delta es uno de los mejores lugares de la región para verlos. Contrario a lo que muchos creen, el agua del delta no desaparece por abajo, no se filtra. Bueno, no toda. Se estima que tan solo el 2% pasa a formar parte de los acuíferos que hay en la zona. La gran mayoría se evapora (el 36%) o transpira (el 60%) consumido por las plantas que nacen y viven gracias a ella. El resto fluye al lago Ngami, en la parte suroeste del delta.  

Una de las multiples haciendas construidas a modo de castillo en el trayecto en bicicleta de Fontevraud a Saumur. Veinte kilómetros más de bicicleta desde Fontevraud y llegamos a las puertas de Saumur, una pequeña ciudad a las puertas del Loira. De esta ciudad destacan sobretodo la calidad de sus vinos, sus caballos y sus champiñones, aunque el castillo medieval que puede observarse desde cualquier punto de la ciudad también merece muchos elogios.