Una mujer ordeña una vaca en un pequeño asentamiento de Dopkas (pastores nómadas). Gyantse. Estos nómadas circulan por estos parajes como fantasmas de un pasado que las cordilleras que nos rodean parecen resistirse a dejar escapar. La hospitalidad y alegría con la que nos reciben es sorprendente y como pudimos comprobar más tarde carente por completo del comprensible mercantilismo que pudiera suponer compartir comida y experiencias con unos turistas occidentales a cambio de unos cuantos yuan (un yuan equivale a unos 0,10 euros). Ni siquiera al despedirnos y a pesar de nuestra insistencia, nuestro simpáticos anfitriones aceptaron recibir dinero alguno a cambio de su tiempo, y sobre todo de su comida. En el exterior de la tienda nos agasajan en primer lugar y como es preceptivo con un té hecho con grasa de yak de sabor un tanto amargo y olor muy característico (aún hoy cuando evoco estos parajes el aroma del te tibetano parece invadir el ambiente). La piel quemada de nuestros anfitriones es mudo testigo de las duras condiciones climatológicas en las que habitan estos rudos pastores, a pesar de ello, los pómulos sonrojados, los coloridos tocados con los que adornan pelo y vestimentas, la esbelta aunque menuda figura que presentan la mayoría de ellos y la serenidad con la que parecen afrontar su destino les hace aparecer sumamente atractivos a nuestros ojos.