Bares junto al puerto de Saint Leu. Seguramente uno encontraría otros encantos en la ciudad, pero está esperando el resto de la isla, y hay mucha isla por descubrir, así que hay que emprender el camino. Y la elección de por dónde empezar no es fácil. Reunión tienen una diversidad natural más propia de un continente que de un pequeño pedazo de tierra rodeado de agua. En esta montaña posada sobre el mar, los desiertos se dan la mano con los bosques tropicales y alpinos. Los macizos volcánicos, los ríos de lava y los desfiladeros comparten escenario con cascadas, playas de arena negra y bosques de tamarindos. Y los mangos procedentes de la India, los lichis de China, la vainilla de América Central y los geranios de África del Sur alfombran sus valles y plantaciones convirtiendo Reunión en un jardín botánico encantado. Se cuenta que la isla surgió como un experimento botánico, que fueron los capitanes de barcos los que la adornaron con frutos de todos los rincones del mundo. Y aunque de eso hace ya cuatro siglos, cuando la Compañía de las Indias Orientales era dueña de los mares, el mestizaje de esencias sigue presente y se hace complicada la elección. En síntesis la isla ofrece tres rostros: el frondoso interior, repartido entre exuberantes bosques, circos y volcanes casi en contacto con las nubes; la costa, en la que de tanto en tanto aparecen suaves playas protegidas por barreras de arrecifes, pero donde predominan los acantilados; y el Salvaje Sur, donde el mar bravío estampa sus olas contra las rocas y la espuma que provocan se mezcla con las fumarolas de los ríos de lava al contacto con el agua.