Un clérigo se acerca a nuestro vehículo en la carretera que lleva de Wukro a Mekele. En Wukro el único signo de progreso es una carretera, paso habitual de camiones de mercancías, de vehículos militares y de autocares atiborrados de pasajeros, que atraviesa y divide la ciudad en su camino de Mekele a Adigrat (las dos principales ciudades del Tigray). La vida transcurre a ambos lados de esta vía, donde comercios de todo tipo se mezclan con las escasas oficinas de la administración, con algún que otro establecimiento hotelero y de ocio y con pequeños negocios de diversa índole. El trasiego de gente, a todas horas, de día y de noche, es también constante. Las calles adyacentes, sin asfaltar, casi sin alumbrar y plagadas de grandes baches (convertidos en enormes charcos en la época de lluvia), albergan las humildes viviendas. Construidas alrededor de un patio común, las casas, normalmente una sola habitación en la que se duerme, se cocina y se hace la vida, comparten letrina y grifo con los vecinos. Y no es esto lo único que se comparte. La solidaridad es, entre estas personas que nada poseen y todo lo dan, sorprendente.