Una mujer posa junto al Monasterio de Birgida Maryam en una de las islas del Lago Tana. Enclavado en el occidente del país y con más de tres mil quinientos kilómetros cuadrados de extensión, Tana es el lago más grande de Etiopía y un lugar sagrado desde tiempos inmemoriales. Islas tupidas se yerguen en la lejanía, tapizadas de verde hasta las cimas, sus bosques esconden algunos de los más importantes monasterios e iglesias del rito etíope, muchos de ellos con más de setecientos años de antigüedad. A este lago, dice una de tantas leyendas, llegó por primera vez el Arca de la Alianza, cuando una pequeña comunidad judía que huía de la persecución en Egipto la transportó desde Aswán, río arriba, a través del Nilo Azul, hasta llegar al gran lago. En la isla de Tana Kirkos, sigue la leyenda, el arca permaneció escondida por ochocientos años hasta que fue trasladada a la ciudad de Axum, donde se cree que aún reposa, en la iglesia de Nuestra señora María de Sión, custodiada por un sacerdote viejo y ciego.