Una pareja de turistas se fotografía con las cebras de fondo en el safari a pie realizado en las inmediaciones del campamento Eagle Island Camp de Orient Express, en las afueras de la Reserva de Animales de Moremi, en Botswana. Tras otear el horizonte, Botsualo, nuestro guía, nos autoriza a bajar para instalar las tiendas de campaña e iniciar una caminata al atardecer. “No tenéis que preocuparos, en esta zona del delta no hay depredadores” nos dice cuando ve nuestras caras, entre asustadas e ilusionadas por caminar por esa zona. Normalmente en los parques naturales no se puede caminar pero en zonas determinadas, con guía sí. Esta es una. Sigilosos avanzamos reconociendo enormes pisadas de elefantes y excrementos de monos, hasta una zona de pastos donde varios grupos de cebras, ñúes y antílopes pastan a sus anchas. Descubrimos un esqueleto de jirafa. Más lejos, junto a un enorme baobab, un elefante solitario. No podemos acercarnos demasiado pero el estar allí, sin la protección del coche, en plena naturaleza, en su terreno, es una sensación maravillosa y liberadora a partes iguales. A medida que cae el sol nos retiramos. Aunque sea la mejor hora para observar los animales tenemos que regresar al campamento, a encender el fuego y cocinar la cena. No hemos hecho ningún esfuerzo, pero la naturaleza en estado puro parece que hace entrar el hambre. Tras la cena, la humedad de la noche trae el frío a nuestros huesos aunque por suerte tenemos las ascuas para calentarnos. En el silencio casi total cualquier ruido es perceptible, así que nos quedamos mudos al oír, a apenas unos metros de distancia, ruido de agua, pisadas en barro, ramas rompiendo, árboles zarandeados… “No os mováis ni encendáis ninguna luz”, nos dijo Botsualo dejándonos solos mientras salía a mirar, sigiloso. Dedujimos que un ruido así solo podía ser un elefante. A medida que se alejaba el ruido el guía regresó con un enorme palo en la mano. “Los elefantes son los animales más peligrosos. Solo duermen 3 ó 4 horas y siguen paseándose por la noche. Y pueden no ver tu tienda de campaña y…” nos dijo, dejando la frase inacabada. “Una vez”, prosiguió, “para espantar a uno tuve que golpearlo porque se había metido, muy molesto, en un campamento, donde teníamos antorchas”. Así es, en el delta, durmiendo en algún islote, no hay vallas ni protecciones. Es pura naturaleza, su territorio, esa es la belleza. Y algo así no tiene precio.