Una mujer en trance se baña en una de las pozas de Saut d’eau para conectar con un Iwa. Pero si las danzas e invocaciones tienen esa carga emocional intrínseca a los clímax religiosos, es el sonido de los tambores el que en realidad domina el paisaje. Es aquí donde el estado de trance –ojos blancos, movimientos involuntarios, gestos ídem– se extiende como un manto psicotrópico entre los ‘ounsis’. No son pocos los creyentes que se dirigen hasta Ville-Bonheur solo para mirar y terminan danzando en charcos de agua turbia para adorar, sin poder controlar ni su cuerpo ni su voluntad, a las deidades del reino Dahomey (tampoco son pocos, es cierto, los que no entienden nada y asumen esta ceremonia como puro teatro).