LA CASA ENCANTADA.
Había luna llena y pensé para mis adentros
que ya solo me faltaba ir en globo. Pero lo cierto era que yo
estaba allí, de eso no habían muchas dudas al
respecto. No era como para darme un premio, pero recordé
aquella vieja sentencia norteamericana sobre la profesión
de periodista, según la cual “peor, mucho peor
sería tener que trabajar”. Tenía todo el
aspecto de una cita clandestina, en plena dictadura, uno de
aquellos encuentros en que se distribuía propaganda ilegal,
o se concretaba el día y la hora para una manifestación
de igual signo. Mi contacto no aparecía por ninguna parte,
y yo en aquella esquina del extra radio tenia el aspecto de
un perro callejero perdido, sin amo, es decir mi vivo retrato.
Al cabo de un rato, de un buen rato, no tuve mas remedio que
aporrear con todas mis fuerzas la puerta de aquella nave industrial,
que tenía el aspecto de un castillo encantado, de una
fortaleza inexpugnable. A punto estuve de gritar aquello de
“¡Ah de las almenas! ¿Hay alguien dentro?”.
Era igual que en la época de la prohibición, en
que los clientes esnobs llamaban a la puerta de los clubes de
Chicago, para poder beber un mal sorbo de whisky malo y escuchar
jazz bueno. El único pequeño, imperceptible problema
es que yo no tenía ninguna contraseña que ofrecer
al eventual portero, no me sabía el santo y seña.
Iba con los papeles muy mojados, de hecho iba sin papeles, a
una cita a ciegas.
Lo primero que apareció fue un perro, del tamaño
de un león que se abalanzó hacía mí,
a ladrido vivo, rugiendo igual que el león de la Metro
Walden Mayer. Tras él apareció un joven, provisto
de un jersey modelo Marcelino Camacho o sacerdote obrero años
sesenta fundador del sindicato Comisiones Obreros. No tenía
ni la menor idea de mi existencia, ni sabía nada de mí,
así que amablemente me invito a permanecer en el exterior,
formando parte del paisaje urbano de aquella esquina perdida,
hasta que pudieran deliberar y tomar alguna decisión
con relación a mi personita serrana. Esta es una costumbre
la deliberar, que tienen muy arraigada, hay que deliberar para
decidir el color de la nevera, y al final parece que uno este
tratando con la burocracia del ministerio de desarrollo de la
Rusia soviética.
Así que continúe tomando el fresco de la noche
de febrero, y permitiendo que mis huesos se fueran calando con
la humedad reinante. Mientras que yo permanecía en forma
de estalactita, aterido de frío, llegó mi hombre,
a bordo de una bicicleta, y en mangas de camisa. Encaramado
en aquella máquina de transporte, tenía el mismo
aspecto que los vaqueros que aparecen en el anuncio del Malboro,
montando sus cabalgaduras por las indómitas praderas
del oeste. Era impresionante verle de esta forma, como un caballero
medieval a bordo de su cabalgadura dispuesto a matar el dragón,
rescatar la princesa, y deshacer entuertos de mientras yo permanecía
aterido de frío, igual que una castañera en el
interior de su quiosco, recubierta con una manta lado de la
estufa. Se impuso una nueva deliberación, a la cual yo
de nuevo debía atender fuera el veredicto del juicio.
Empece a pensar para mis adentros que ya era un poco mayor para
meterme en este tipo de fregados, que quizá ya estaba
bien de jugar a ser un periodista aguerrido como quien juega
a papas y mamás, que tenía cincuenta años,
y que como le decía Woody Allena su pareja en una película:
“¡Deja un gramo de locura, para cuando que llegue
la menopausia!” . Y para acabarlo de arreglar estaba yo
solo, Sergi tiene el indiscutible mérito de desaparecer
en los momentos en que más se le necesita.
Por fin se me franqueó el paso y entres en el recinto.
Había cruzado una frontera inexpugnable hasta aquel entonces,
había franqueado un limite preciso, una especie de Rubricón
del cual no se regresa ya nunca. Estaba tras una supuestas líneas
enemigas, al menos para una inmensa mayoría de la opinión
publica ellos en Barcelona eran el enemigo público número
uno de la ciudad. Estaba pues entre el prototipo del yerno que
nunca uno quiere tener como marido de su hija, por aquel tipo
de individuo al cual nunca le comprarías un coche de
segunda mano, una nueva versión de los “Rollings
Stonnes”, paseando por el lado oscuro de la vida, por
la otra orilla de la calle.
Pero, para mí todo había empezado bastante antes.
Exactamente el 14 de Mayo de l.998. En aquella fecha yo tuve
la ocurrencia, a uno siempre le pasan estas cosas, de publicar
en “La Vanguardia” un artículo titulado “El
Cine Princesa”, y rezaba de esta guisa “El 24 de
Mayo de 1.996, las fuerzas de seguridad del Estado, realizaron
en esta ciudad el mayor despliegue conocido desde el asalto
al banco Central de la Plaza Cataluña. El objetivo no
era liberar a ningún grupo de rehenes secuestrados, sino
cumplir la orden judicial de desalojar el local, ocupado desde
hacía más de seis meses por un grupo de jovencitos
con crestas de colores, imperdibles en la nariz, botas militares,
medias con mallas rotas y otra forma de vivir.
Intervinieron más de doscientos agentes de policía
nacional, ambulancia, efectivos de los bomberos, de la guardia
urbana y hasta un helicóptero. Se produjeron quince heridos
y más de cuarenta detenidos. La operación fue
un éxito total, en plan “hombres de Harrelson”.
La ley y el orden fueron plenamente restablecidos. (...) Es
de justicia agradecerle, en primer lugar, tanta eficacia y diligencia
a la delegada del Gobierno, la señora Julita Valdecasas,
ya que de casta le viene al galgo. No en vano su señor
padre, siendo rector magnifico de la Universidad de Barcelona,
también autorizó, con el general Franco en el
poder, la entrada de la policía para restablecer la ley
y el orden. El gobierno del PP apoyo sin paliativos la medida,
e incluso el presidente Pujol, calificó como de “falsos
progresistas”, a quienes criticaron a la policía
y apoyaron a los okupas (....)”.
De hecho el desalojo del Cine Princesa, significa la puesta
de largo del movimiento okupa en la ciudad, su presentación
en sociedad, y también un punto de inflexión en
las medidas represivas. Las autoridades del ramo no se iban
a ir por chiquitas, con las cosas de comer no se juega, ni menos
con el sacrosanto principio de la propiedad privada, así
que la técnica consistía en palo y tente tieso.
Hablar de diálogo era como mencionar la bicha, se había
iniciado las hostilidades, era una guerra en toda la regla.
Estaban dispuesto a todo, incluso a la utilización de
la V flota norteamericana en el Mediterráneo, si fuera
preciso.
Semejante histórico acontecimiento acabó con el
correspondiente juicio y la imposición a 33 de los 40
acusados de penas mínimas, de 18.000 pesetas de multa
por la usurpación del edificio y de hasta nueve meses
de prisión por desobedecer las órdenes de desalojo
del inmueble y por resistirse a los agentes. Toda una verdadera
victoria de la ley.
Sin embargo la publicación del artículo me permitió
conocer a dos personitas que iba a jugar un papel decisivo en
toda esta historia. Por una parte la señora delegada
del Gobierno, doña Julia Vladecasas, Julita para los
amigos, quien me llamo a capitulo a través de su jefe
de prensa, el señor Jarreño, una de las raras
excepciones de aquella máxima según la cual yo
soy contrario a la pena de muerte, excepto para los jefes de
prensa. En efecto a los pocos días recibí una
llamada suya, para que acudiera al antiguo Gobierno Civil, en
forma de invitación para ir a desayunar. “¿Me
vais a detener?”, le pregunte en forma de gracieta al
bueno de Jarreño. La respuesta a base “De claro
que no hombre, que cosas tiene”, me resulto poco convincente,
yo no las tenía todas conmigo. Era obvio, que me había
metido en un lío, precisamente por culpa de meterme con
la gente, algo que siempre me reprochaba mi señora madre.
El edificio tenía un aire siniestro, pensé mientras
atravesaba una estancia tras otra, hasta llegar a un pequeño
cuartucho, con un techo inalcanzable en donde se iba a cometer
el evento. La señora delegada, apareció como la
hace siempre, debajo de un peinado alcanzado tras una laboriosa
sesión de peluquería, tal que si fuera el resultado
de un enbalsador con una momia egipcia. Mientras daba cuenta
de un zumo de naranja de color Iberia, de unos corissants biodegradables
y de un café con evidentes propiedades laxantes, Julita
me iba diciendo de todo, menos bonito. Sus principales reivindicaciones
se centraban en la figura de su padre y en la criminalización
de los okupas.
Yo por lo visto, era una buena persona, cargado con no menos
buenas intenciones, el típico “compañero
de viaje”, pero que no había visto el mundo por
un agujero, porque los okupas eran malos, llevaban cuernos,
poseían rabo, y olían a azufre, no eran cuatro
chiquillos revoltosos, y estaba dispuesta a mostrarme video
grabados por la policía en que se mostraba lo malos que
eran. Encima según la más alta representación
del gobierno central, en el noreste de la pradera, llamada España,
eran evidentes las conexiones entre los okupas catalanes y ETA.
Ante mi cara de escepticismo, por semejante, vinculación
no dejo de afirmar “Yo pense lo mismo, que ETA era una
organización muy seria, pero los servicios de información
de la policía, me han demostrado la presencia de okupas
de aquí, en actos de HB”. Ni que decir tiene que
cuando detuvieron a Laura Riera, okupa de Terrasa que trabajaba
en el ayuntamiento de esa localidad, por presunta colaboración
con la banda terrorista, la satisfacción en algunos medios
fue generalizada, y por fin se había podido cerrar el
círculo.
Salí como pude de aquel desayuno, al que había
sobrevivido con grandes dosis de paciencia. Julia no tenía
un pelo de tonta, pero tenía tanta mano izquierda, como
yo tierra en La Habana. Entraba al trapo con una facilidad asombrosa,
y al menos en este tema parecía un elefante encerrado
en una tienda de porcelanas Lladró. Iba a por ellos.
A los pocos días conocí al segundo protagonista
de la historia, a Albert Martinez, portavoz de los okupas. Fue
un gran desengaño porque no llevaba una cresta de colores,
ni un mal pirsing en al nariz, ni botas militares, ni mallas
rotas, incluso parecía recién duchado. La imagen
estereotipada, el cliché se había roto, pero es
que además en lugar de una litrona de cerveza había
solicitado para beber....un vaso de leche. ¡Un okupa bebiendo
leche!, para mí era casi tanto como un león vegetariano.
Albert tenía el mismo aspecto que el Apóstol San
Juan, el predilecto de Cristo, un cabello ensortijado, unos
ojos grandes con una mirada penetrante, y maneras pausadas,
casi versallescas, que para colmo no solo se llamaba Albert,
sino Albert Jesús. Aquel iba a ser tiempo más
tarde mi hombre, el contacto que yo esperaba a la puerta de
aquella nave industrial, quien me iba a franquear el paso a
una asamblea okupa en El Palomar de Sant Andreu.
No sé quien tenía más miedo, sí
yo o ellos. El caso es que apenas me miraban, como si no existiese,
pero la verdad es que no pasaba desaparecido, parecía
un pulpo en un garaje, cantaba como una almeja, provisto con
mi americana de cheviot, parecía un periodista de verdad,
disfrazado de reportero intrépido del “Whasignton
Post”, trabajando en el caso Watergate. Iba casi tan disfrazado
con aquel atuendo, como si fueran vestido de lagarterana de
Mortadelo y Filemeonn Le comete mi aspecto, al introductor de
embajadores, quién tratando de hacer una gracia me dijo
“Mira que si ahora les explico que eres un policía...”
La ocurrencia me dejó más helado de lo que ya
estaba. Era exactamente como un hombre blanco, en medio de una
reunión de indios sioux, o de zulús. En cualquier
momento podían atarme a un totem, iniciar alguna danza
ritual y acabar hirviéndome en una olla como si fuera
un misionero, y servirme con una manzana en la boca para el
desayuno, o convertido en picadillo para las empanadillas.
Estabamos sentados en un semicírculo, alrededor de una
mesa desvencijada, en un muestrario diverso de sillas de toda
clase, tipo y condición. El personal iba mayormente de
uniforme, del mencionado el jersey modelo Mareclio Camacho hacia
estragos, y la verdad es que no me extrañaba porque el
frío, era riguroso, salvo para Albert, que continuaba
en camiseta de manga corta, como si tal cosa. Era un atuendo
casi tan lógico como en la China sus habitantes lucieran
el inefable uniforme Mao o los cargos del Partido Popular fueran
a bordo de corbatas Hermès. La reunión la presidía
un caballero con aire taciturno y aspecto de Trosky, que confería
el uso de la palabra por riguroso turno. Se debatía,
de forma pormenorizada, los preparativos para una fiesta reivindicativa
de El Palomar, algunos de los asistentes vivían allí,
Albert, por ejemplo, y otros eran del barrio, ante el anuncio
de un próximo desalojo. Mientras algunos liaban el canuto
de hachis, los responsables de cada parcela iban dando cuenta
del estado de la cuestión. Los principales problemas
se centraban en conseguir unos altavoces, - la verdad sea dicha
es que hasta entonces nunca supuse que fuera algo tan difícil
de lograr- y en una apasionante polémica sobre si debía
o no incluirse comida en el festejo, con los consiguientes problemas
logísticos que ello provocaría. Hasta alguien
zanjó el tema diciendo “La gente no va venir a
comer, ¿no os parece?”.
Después llegó mi turno. Era como chute de gerovital,
de rejuvecimiento en vena, ¡estaba en una asamblea!. ¡yo
en una asamblea!. La última vez que había hecho
una cosa semejante debía tener treinta años menos,
casi todo el pelo, ni una sola cana, y encima debía creer
que se podía vivir en un mundo mejor. Expuse el motivo
de mi visita, la idea del libro, lo que habíamos hecho
hasta aquel momento. Hablaba mirando un punto fijo de la pared,
sin atreverme a dirigir la mirada hacia los reunidos. Era como
un predicador recitando el Sermón de la Montaña
o como un charlatán de aquellos que había al final
de las Ramblas tratando de vender una loción milagrosa
contra la caída del cabello y para demostrar los efectos
beneficiosos de la pócima se la acaba bebiendo ante el
estupor general de los presentes. El silencio era riguroso,
los reunidos se esforzaban por poner cara de interés,
parecía que estuvieran en misa, en escuchar mis palabras
como si fuera la última cosa que fueran hacer en este
mundo. Una vez acabada la disertación, - una vez lamente
que no estuviera Sergi, porque con su aspecto de Jeam Dean en
“Rebelde sin causa”, quizá hubiera sido más
convincente- el que presidía la reunión, me comunicó
que no comunicaba nada, que deliberarían y que ya me
dirían alguna cosa al respecto.
Fuera en la calle, respire hondo. Yo entonces tampoco lo sabía,
pero aquello había significado un giro coperniquiano,
un cambio estratégico de primer orden. La prensa había
dejado de ser, en mi cuerpo serrano, la bestia negra de los
okupas, un brazo más de la represión policial.
Los sectores más moderados habían ganado la partida,
aquello significaba una gran apertura –¡un periodista
en una asamblea okupa!-, la radicalización de una tribu
urbana, el ostracismo casi de secta religiosa, había
dejado paso a la clara voluntad de ser un movimiento popular,
abierto. Pero yo entonces no tenía ni idea de eso, ni
de casi nada, tan solo sabia que tenía los pies helados
y que el sábado había una manifestación.
Yo no sabía nada de El Palomar, que llevaba “okupado”
cinco años, desde el 6 de Albril de 1.997, una verdadera
institución, un símbolo algo así como la
Sagrada Familia del movimiento okupa. No sabía que por
ejemplo el 15 de Febreo del 2.000, según publicaba “La
Vanguardía” al día siguiente “(...)
unos 20 jóvenes se instalaron en el salón de plenos
(del distrito de Sant Andreu), y otros 20 más se quedaron
fuera, sin mostrar ningún tipo de conducta violenta.
(sic) Los okupas aprovecharon el desarrollo del pleno del distrito
para reivindicar que no se les desalojase”. ¡Que
iba a saber yo!.
Tampoco sabia que aquella era una historia antigua, un tira
y afloja, un conflicto enquistado, como dirían los cursis
relamidos. Por una parte estaban aquellos chicos, de aspecto
descuidado, que decían que aquello era suyo, que estaba
previsto en la noche de los tiempos, cuando todos éramos
buenos y la democracia iba todavía en paños menores
y el cadáver del dictador todavía estaba reciente,
que sería un centro social para el barrio, y en el lado
opuesto las dignísimas autoridades que decían
que nanai del Paraguay, que por alli debía pasar una
calle, y que nada tenía que ver que una inmobiliaria,
estuviera construyendo un bloque de viviendas al lado, justo
al lado. Simples casualidades.
Yo aquel dia, muerto de frío no sabia nada. No sabia
que 236 personas se habían autoinculpado de la ocupación,
de que la gerente del distrito, la señora Maria Gloria
declarase de que “ni quisieron irse, ni quieren dialogar”,
que el Ayuntamiento había abandonado la vía penal,
y optaba por un proceso civil, que para los okupas no tenia
sentido estar denunciados y al mismo tiempo recibir ofrecimiento
de dialogo. Era un periodista, quizá incluso fuera un
buen periodista, y por tanto no tenía idea de nada. Desconocía
que se había producido una acampada en la plaza Orfilia
delante de la sede del distrito, con tumbonas y una piscina
desmontable para refrescarse, o que once de ellos habían
sido detenidos por encerrarse en el despacho del concejal de
distrito, el señor Ferran Juliá, socialista, -
una ocupación para los unos, un intento de secuestro
para los otro- y que para mayor inri había sido profesor
de algunos de ellos en el instituto.
Tenían las ideas muy claras. El propio Albert, habitante
de “El Palomar”, lo había declarado en “La
Vanguardia” el 5 de Julio del 2001. “A nosotros
lo que nos interesa es enseña???"r lo que no se enseña
en otros sitios, apostamos por otras formas de ocio. No todo
lo que nos han enseñado de pequeñitos es válido”.
Y concluía diciendo que su proyecto “(...) potencia
la participación, no como en la mayoría de los
espacios gestionadas por el Ayuntamiento, donde a los jóvenes
se les da todo muy masticado”.
Nadie podía hacer nada. Ni siquiera el Niño Jesús,
cuya imagen fue retirada del tradicional belén, que cada
año, por las fiestas señaladas, monta el Excelentísimo
Ayuntamiento en la plaça Sant Jaume. Las señoras
y los señores okupas llevaron al Hijo de Dios, de paseo
por Barcelona y no le gusto nada, pero es que nada lo que vio.
Entre otras muchas cosas no le gustó ni pizca por lo
visto, la amenaza de desalojar “a los okupas que han pintado
y rahabilitado el Palomar, un edificio abandonado en el barrio
de Sant Andreu”. Era pues una causa perdida de antemano,
un buen motivo por el cual luchar, porque la derrota estaba
asegurada de antes de empezar, una de las pocas razones por
las cuales vale la pena hacer este trabajo, quizá incluso
vivir. Aquella era una historia hecha ex professo para mí,
ni pintada como por encargo, asi que decidí tirarme directamente
a la piscina, sin saber de antemano si en su interior había
agua.
Era como si estuviéramos en Holanda, no eran figuraciones
mías, solo faltaba unas señoras ataviadas con
aquellos sombreros estrambóticos, calzadas con zuecos,
provistas de sendos quesos de bola, y en la línea del
horizonte algunos molinos de vientos de aquellos que salen en
las postales y en los cuadros de Van Gohg. En el ambiente reinaba
el olor dulzón del hachís, que a mí por
la cosa de la edad, me produce un sueño de mucho cuidado,
un sopor indescriptible que se une a mi habitual holgazanearía;
también habían parejas del mismo sexo que se besaban
sin disimulo alguno, paseando cogidas de la mano, y una gran
proliferación de bicicletas. Podía ser perfectamente
Anmsterdan, pero era la plaza Orifilia de Sant Adenreu, la cuna
de la modernidad, y aquello era una manifestación de
los okupas, para protestar por el inminente desalojo de “El
Palomar”.
Apenas éramos doscientas almas, pero causábamos
la misma impresión que la tripulación de un barco
pirata, en su día de asueto. Una impresión digamos
que imborrable. Una señora dijo a nuestro paso: “¿Qué
está pasando en nuestro barrio?”. La salió
del alma, como un suspiro, como un lamento. Para la gente, para
la buena gente que nos veía pasar, que veía desfilar
aquel pasacalle multicolor, mientras efectuaba sus compras,
una vez concluidas la película de la televisión
el sábado por la tarde, les causabamos la misma sensación
que los Hermanos Daltón, cuya su simple mención
provoca verdadero pánico. Como en el lejano oeste los
ciudadanos honrados, las almas bien intencionadas, que sirven
al Señor y guardaban las leyes, ponían los niños
y las mujeres a buen recaudo, mientras escondían los
tesoros en un lugar seguro. Eramos como el diablo en persona,
la encarnación del mal. A mí me recordaba aquella
frase de Thomas De Qunicy, según la cual “Si uno
empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia
a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del
Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena
educación y por dejar las cosas para el día siguiente”.
A la comitiva no le faltaban sus aspectos chungos, como el caballero
que ataviado de ejecutivo, traje, camisa, corbata y maletín
incluido, repartía propaganda, como aquella chica que
manifestaba portando una batidora eléctrica que asomaba
su brazo por la mochila, o como aquella impagable pancarta de
propaganda electoral, que una vez perfectamente reconstruida
presentaba a una Pascual Maragall con cuernos, y en las órbitas
de los ojos el signo del dólar. La manifestación
concluyó exactamente de la misma forma que me sucede
a mí cuando entro en la redacción del diario:
nadie nos hizo la ola, las chicas ni se inmutan, van a lo suyo
y me castigan con el látigo de la indiferencia. Que
no, no era posible. Albert hizo lo que pudo, pero no pudo hacer
nada, yo le repetía una y otra vez que tenía que
mojarse por nosotros, pero Albert por lo visto era rigurosamente
de secano. Nuestra intención era encerrarnos con ellos,
dentro del Palomar desde la noche, y asistir al desalojo en
vivo y directo, que se iba a producir Dios mediante, el deseo
fue rechazado, cortes pero escuetamente. Me repetí a
mí mismo, que no siempre se pueden ganar todos los partidos,
pero sin embargo no recordaba la última vez que había
ganado uno. No había nada que hacer, así que hice
lo que mejor se me da, que es molestar a la gente. Empece por
telefonear a las dignísimas autoridades del Distrito.
Había una pequeño, casi un insignificante detalle
y es que el desalojo se había ordenado, pocas semanas
antes de la celebración de la Cumbre de la Unión
Europea en Barcelona. No hacía falta ser ningún
lince, ni tener una bola de cristal o un título de geoestrategia,
para saber que semejante actuación policial, podía
ser recibida como la verbena del magno acontecimiento internacional.
Poner en pie de guerra al movimiento okupa, era una magnifica,
ocurrencia, para que la susodicha celebración empezara
con los peores augurios y acabará como el rosario de
la aurora mismamente. Era una gran verdad, que el sentido común
es el menos común de los sentidos.
Con este magnífico razonamiento, hable con la señora
gerente del distrito. Fue sensacional porque toda su argumentación
consistía en decirme que los vecinos se quejaban, porque
los habitantes de El Palomar, hacian ruido por las noches. Le
explique que tenia una vecina, que dejaba los perros (dos perros
dos) ladrando de forma ininterrumpida desde la ocho de la mañana
hasta la seis de la tarde, y a pesar de mis denodados esfuerzos
no había conseguido que nadie la desalojara por la fuerza.
¿Podía hacer algo al respecto?. Ni por estas,
reconocía que las fechas no eran las más oportunas,
pero las fechas las ponía el juez y aquí paz y
después gloria.
Poco rato después recibí la llamada del señor
concejal. Tuve suerte porque el señor concejal no hablaba
de este tema con la prensa, de echo el señor concejal
no hablaba con la prensa de nada, e incluso dudo que el señor
concejal hablara con alguien, ni siquiera consigo mismo. Empezó
diciéndome que me leía, que le gustaba mucho,
y yo le pregunte si también le había gustado el
articulo del día en que me ciscaba limpiamente en el
señor alcalde de Barcelona. No ese no le había
gustado, me dijo echándose a reír. Me dijo más
cosas, por ejemplo que los okupas eran malos, y yo cada vez
que escuchaba una cosa así me cogía como un ataque
ternurita para con esas criaturas maléficas. Que él
había querido dialogar, pero ellos no. Claro que el Ayuntamiento
había interpuesto una demanda judicial, y ello pedían
como condición que la retirasen. Que les había
ofrecido unos locales, ¿qué locales?, no eso nunca
llego a concretarse,... pero eran malos. No, aquello nunca había
estado destinado a equipamiento para el barrio, aquello tenía
que ser una calle, y debía cumplirse la legalidad. Por
lo visto, con los okupas, a todo el mundo le entran unas grandes
prisas, unas urgencias tremendas por hacer cumplir la ley. Las
fechas no eran las mejores, pero el no podía hacer nada.
Cuando colgué el teléfono supe a ciencia que la
ley de Murphy, según la cual una situación mala,
siempre puede empeorar de forma ostensible, iba a cumplirse
inexorablemente.
Al poco rato, casualidades de la vida, navegando por Internet,
me di de bruces con toda una noticia. Había sucedido
un año antes, el 5 de Diciembre del 2.001. Se había
fallado el XVII premio Internacional Alfonso Comín. El
acto de concesión de celebró en el marco incomparable
del Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona. Todo
bajo la presidencia de la concejala señora Núria
Carreras. La ganadora había sido la señora Isabel
Rodriguez Lkpes Filha, que forma parte del movimiento de los
trabajadores rurales sin tierras del Brasil, del estado de Parà.
¿Y saben ustedes a que se dedica el referido movimiento?.
Pues muy sencillo... a ocupar tierras. No creo que exista una
forma menos sutil de esquizofrenia, que la esquizofrenia que
sufre la izquierda municipal barcelonesa.
Pero no todo iban a ser malas noticias. Por lo visto, tras amplias
y largas deliberaciones –tienen la inmensa ventaja de
que ???" las prisas no forman parte de su modelo de vida- se
había acordado que sí, que se permitiera nuestra
presencia el día de autos, pero eso sí a partir
de las ocho de la mañana. En el caso de que no se produjera
el desalojo no se podían publicar fotos ni informaciones
sobre el dispositivo preparado para recibir a los representantes
de la ley. Con un hilo de voz, casi imperceptible me atreví
a preguntarle a Albert, sí el llamado dispositivo tendría
carácter pacífico. Con cara de sorpresa, solo
atino a decirme “Por supuesto”. Respiré aliviado
por la respuesta, y un poco avergonzado por haber realizado
la pregunta, pero es que uno ha visto muchas películas.
Así que junto con Sergi y un fotografo de “El Periódico”,
íbamos a asistir desde la primera fila de platea, a un
desalojo de una casa ocupada. Para ir abriendo boca me perdí
con el taxi, o mejor dicho se perdió el taxista. ¡Me
cachis en mi suerte, tengo una exclusiva mundial y me pierdo
y llego tarde!. Pero todavía llegue a tiempo. Había
un gran despliegue informativo, como si fuese un rueda de prensa
en los jardines de la casa Blanca, como si dijésemos.
Estábamos todos los medios de comunicación y más.
Entre los que claramente sobraban había el famoso cámara
de televisión española, con el que nos topamos
en el Maremágnum. Solo al verme me espetó a bocajarro
que no le había gustado nada lo que había publicado.
Perdí una gran posibilidad de decirle que a mi tampoco
me gustaba su cara. Por suerte, el que siempre alegaba que se
debía pedir permiso para realizar una información,
pretendía colarse por el morro en El Palomar. Albert
le paró los pies, y no le permitió el acceso.
Por un momento albergué la idea, juro que solo fue instante,
de que la venganza es un plato que se toma frío.
Había mucha más gente. Por ejemplo unos caballeros
que estaban apostados en la azotea del edificio contiguo, que
casualmente eras un cuartel de la Guardia Urbana, unos caballeros
ataviados como con cámaras de vídeo, que se dedicaban
a filmar tan ricamente al personal que merodeaba por aquellos
andurriales. El caso es que cuando yo les hice hola con la manita,
y les envié un beso se retiraron como si se hubieran
avergonzado de su mala acción, de ser cogidos in fragatis.
Por lo visto la cosa más normal del mundo es que la policía
pueda grabar a cualquier hijo de vecino.
Finalmente franqueados todos los obstáculos, y guiados
siempre por Albert, con cara de estar sufriendo una verdadera
úlcera de estómago, entramos en el encierro. El
espectáculo era maravilloso, la antigua fábrica
parecía un paisaje mágico, como si hada la hubiera
tocado con su barita, y como por arte de encantamiento se hubiera
tocado en un escenario. Había algo teatral, de representación
de un espectáculo, una escenografía para una opera
moderna, tipo Fura del Baus. Hubiera podido servir perfectamente
para algún evento como la ceremonia de clausura de uno
Juegos Olímpicos o así.
El argumento era sencillo, la épica estaba servida de
antemano. David contra Goliat, el débil contra el fuerte,
la astucia contra la fuerza bruta, la imaginación contra
la ley injusta. Era así desde la noche oscura de los
tiempos, desde las tragedias griegas hasta las películas
de Oeste. Pero también había algo circense, de
trapecista, del “más dificil todavía”
o del “sin manos, sin manos”, un cierto regusto
por el peligro bien entendido, y la descarga de adrenalina.
Y un ápice de ambiente deportivo, incluso de un cierto
“fair play”, porque aquella partida sabíamos
todos, que más tarde o más temprano la tenían
perdida, era una simple cuestión de tiempo, pero el tiempo
también contaba y movía el marcador imaginario
de los corazones.
Algo, ¿por qué no de desafio?, de subirse a los
más alto, de pasar como el funanbulista por el alambre,
de practicar la escalada en seco, sin pared natural ni rocódromo.
Pero también, bien mirado, parecía el rodaje de
una película, los momentos previos, aquellos instantes
que anteceden a los gritos de “Silencio, silencio, se
recuerda”. Y hay un golpe seco de la plaqueta, y una voz
grave dice: “Acción”. Estábamos pues
en lo preparativos, cuando los tramoyistas van de un lado para
otro, los electricistas revisan los focos, a las actrices les
retocan el maquillaje y algún actor secundario se repasa
una y mil veces su papel que consiste en una frase de dos palabras.
Algo cómico, de broma, de gag de payasos, de novatada.
Verles introducir las manos atadas con cadenas a barriles rellenos
de cemento producía una cierta hilaridad, pensando en
el menaje que se precisaba en la ferretería que debería
utilizarse para deshacer aquel entuerto, así como el
de las paredes tapiadas desde dentro.
Sentados en lo alto, colgados del techo parecían muñecos
de guiñol, suspendidos en el espacio. Mientras abajo
a ras de tierra, otros muñecos hechos de trapo tenían
una claras reminiscencias con los Gigantes y Cabezudos de las
fiestas mayores, construidos con una estética de claras
reminiscencias de la obra de Joan Miroó. Las vanguardias
artísticas habían dejado su poso en aquella muchachada.
Pero también era un encierro, un acto de resistencia.
“El Palomar resiste”, rezaba una pancarta, como
si fuera Numancia o Stalingrado. Aquello era tan encierro como
pudieran serlo el del Sindicat Democratic en los Caputxins de
Sarrià, o el de los intelectuales , o así en Montserrat
durante el juicio de Burgos. Había algo heroico, en todo
aquello, y yo más viejo que las canciones de doña
Concha Piquer, asistía a todo aquello como un espectad???"or
privilegiado. Los representantes de los chicos de la prensa,
estudiamos la estrategia, tratamos de prever los pasos que iban
a dar las fuerzas de seguridad en su encomiable misión,
y llegamos a la conclusión que a los primeros que nos
iban a poner pies en polvorosa íbamos a ser los distinguidos
representantes del llamado “cuarto poder”. Así
que decidimos escondernos como ratas, meternos en un agujero,
tratar de hacer las fotografías, y confiar en nuestra
suerte. Por un instante recordé “Primera Plana”,
la película en que el director del “Excelsior”
abre los brazos para medir el escritorio de persiana, en que
se halla su exclusiva, en forma de inocente condenado a muerte,
escondido en su interior. Una idea que provocaba una gran hilaridad
en los espectadores, pero que a mí me parecía
la cosa más lógica del mundo en la cabeza de un
director de periódico, que se precie de tal. Esta vez
se habían invertido los papeles, y era yo quien estaba
haciendo de conejo de indias metido en la trampa.
Como en todo drama que se precie de tal, aquí teníamos
a nuestra heroína, joven, ataviada con el consabida jersey
con capucha, que le confería un cierto aire de seguidora
del Comandante Marcos, del movimiento zapatista. Tenía
unos ojos que hacían daño con solo mirarlos, allá
quieta, amarrada a su bidón, parecía una madonna
renacentista. Fumaba y esperaba, como todos. Porque al cabo
de un bu???"en rato, las bromas y los chascarillos dejaron paso
paulatinamente a la pesadez de la espera, como de sala de visitas
de la consulta del dentista. Cada vez era más frecuentes
las miradas a través de las ventanas, oteando el paisaje
como recluso que miran a través de la rendija de la celda.
Crecía la ansiedad y los teléfonos móviles
no paraban de comunicarse con el exterior mientras nosotros
permanecimos cerrados a cal y canto.
Sergi, me había instruido al respecto así que
me pertreché de una botella de agua, y un pañuelo,
para el caso en que las fuerzas del orden lazaran gases lacrimógenos,
pero se había olvidado de decirme lo más importante:
lo del bocadillo. Al cabo de un buen rato, un servidor tenía
una hambre como de Carpanta del TBO, de mi infancia, una cosa
atroz. Mientras tanto nuestros anfitriones daban cumplida cuenta
de unos bocatas del tamaño de un tiburón. Mi cara
debía ser un poema, porque finalmente se apiadaron de
las personas mayores y compartieron el condumio con sus huespedes.
Al cabo de casi cinco horas, quien más y quien menos
ya estaba hasta el gorro de aquella situación. Fue entonces
cuando se supo la noticia. El desalojo había sido suspendido.
“La Vanguardia” dio la noticia de esta guisa: “La
orden de desalojo de El Palomar, que iba a ser ejecutada ayer
por la mañana, fue finalmente suspendida. De este modo,
se puso el freno a una intervención que, a pocos días
???" de la celebración de la eurocumbre de Barcelona,
podría haber soliviantado a los okupas, uno de los colectivos
antiglobalización más activos de la ciudad. Según
ha podido saber este diario, el Ayuntamiento, en tanto que propietario
del inmueble, solicitó al juez la suspensión.
El juzgado debe fijar ahora una nueva fecha para echar a los
ocupantes. Unas 300 personas se concentraron desde las ocho
frente al edificio. Al no aparecer la policía y tras
conocer que no había desalojo, los ocupantes pusieron
fin a su encierro al mediodía”. Esta era la visión
políticamente correcta, incluso puede que fuera cierta,
rigurosamente cierta, pero por los aledaños del encierro
se sustentaba la teoría de que las llamadas “fuerzas
y cuerpos de seguridad del estado”, no contaban aquel
día con efectivos suficientes, ¿ el motivo?. La
visita a Barcelona, de sus Majestades los Reyes. Estas cosas,
desde luego con Franco no pasaban.
Sin embargo a nadie se le ocultaba la estrategia, dejarían
pasar la cumbre, dejarían pasar los días y así
fue. El 5 de Abril –un día antes de que se pudiera
celebrar el quinto aniversario- El Palomar fue desalojado, por
sorpresa y los seis habitantes no opusieron resistencia. Con
una premura desconocida en las cosas municipales –en relación
a los okupas el ayuntamiento de Barcelona, da pruebas siempre
de una diligencia desconocida en él- se produjo del derribo
inmediato del edificio.
La ciudad pudo por fin respirar tranquila, nos habían
quitado un gran peso de encima. Este era por lo visto el gran
problema de Barcelona. Después de cinco años,
la policía había conseguido restablecer le orden
natural de las cosas. Por fin podría trazarse aquella
línea recta tan anhelada, - porque al fin y al cabo es
la distancia más corta entre dos puntos- y la calle Rovira
i Virgili, no presentaría más aquel desagradable
“diente de sierra” que por lo visto tan la afeaba,
aquel obstáculo que tanto disgustaba a nuestros ediles.
Se trataba de una rara mezcla de una extraña alianza
entre el paisajismo, la geometría y la estética.
Los vecinos ya podrían dormir tranquilos, sin ruidos
molestos. Problema solucionado. Pronto ya nadie recordará
si aquel solar tenia que ir destinado a un equipamiento social
para el barrio o a un vial, nadie tampoco caería en la
cuenta de si la construcción de unas viviendas en un
terreno contiguo es una simple casualidad o era el resultado
de una operación inmobiliaria. ¿Eso a quien la
importaría?.
El caso cierto es que la cuadrícula, el modelo tan amado
de la trama urbana barcelonesa volvería a encajar perfectamente,
como una metáfora del orden, el rompecabezas de la lógica
estaba concluido, las cosas estaban en su sitio, y cada cosa
en su lugar. El ideal, el sueño, de la metrópolis
se había concluido, tras arduos esfuerzos solo comparables
a los empleado por los faraones para construirse sus pirámides.
Los okupas habían perdido una batalla, pero no desde
luego la guerra.
Todo eso me lo pensaba yo para mi intringulis, para mis adentros,
cuando junto al sol pálido del invierno descubrí
la presencia de la señora Veciana, la cumplida regidora
de “Derechos Humanos” del excelentísimo ayuntamiento.
Una cosa realmente sensacional pues mientras el ayuntamiento
por una parte acude a la policía para echarles a la calle,
un miembro del consistorio se planta allá delante para
solidarizarse con los jovencitos a los que se pretende echar
a cajas destempladas. Hay cosas que solo pueden ocurrir en la
confluencia de la latitud y la longitud en que nos hallamos,
no puede suceder en ningún otro sitio del mundo, solo
pasan en Barcelona. De verdad de la buena.
Hubo un tiempo muerto, un intermedio, una media parte
del partido, pero no nos aburrimos, la verdad es que no. Iba
a ser lo nunca visto, el mayor espectáculo del mundo,
a su lado los juegos olímpicos de 92 o el mismísimo
congreso Eucrarístico del año 1.951 eran una verdadera
ninedad, una cosa pequeña, de chiquillos jugando a papas
y mamás y a cocinitas. Para eventos, para eventos de
verdad, la cumbre de la Unión Europea en la siempre hospitalaria
Barcelona, ciudad a la fin de ferias y congresos, una forma
como otra cualquiera de confundir lo grandioso con lo grandote.
No hacía falta tener ninguna bola de cristal, ni ser
una echadora de cartas de tarot, ni tener un loro tuerto para
saber que aquello podía ser, en el mejor de los casos,
una rara mezcla entre “Loca academia de policia”
y “Aterrizas como puedas”. No hacia ser ningún
lince para pensar que aquello podía acabar mal, todos
vivíamos bajo el síndrome de lo sucedido en Génova,
con un muerto asesinado a tiro limpio retransmitido en directo
urbe et orbe por las camáras de televisión, y
nuestras primeras y dignísimas autoridades hicieron todo
lo que pudieron, y más, en este sentido. La señora
Julita puso su grano de arena y no se le ocurrió nada
mejor que cerrar la Diagonal, la principal arteria de entrada
y salida a la ciudad, por motivos de seguridad. La cual cosa
me llenó mismamente de espanto, porque eso, precisamente
eso, es lo que yo hubiera hecho, lo primero que se le hubiera
ocurrido a individuo, que no tenía ni puñetera
idea.
Pero eso no fue todo, para extender el pánico entre los
ciudadanos, el clima de guerra civil. El señor Clos,
a la sazón alcalde de la ciudad o así, tuvo los
bemoles de mandar a sus conciudadanos que programaran, con semanas
de adelanto, sus traslados a la Gran Ciudad, sin ofrecer ni
una sola medida alternativa al tan dendonado auto particular.
El Consller de Governació, el señor Pomés,
aseguro que no se suspenderían las clases en las universidades,
pero en cambio se avino a clausurar temporalmente dos estaciones
de metro, convirtiendo el acceso a las facultades en lo más
parecido a una etapa del Paris-Dakar. El fiscal del Tribunal
Superior de Justicia de Cataluña, anunció en rueda
de prensa que “iban a tener mano dura con los alborotadores
porque estaba en juego la imagen de Barcelona”, y para
ello se implantarían los juícios rápidos.
Por otra parte se anunció que en las cárceles
se habían desalojado celdas para poder albergar a los
presuntos detenidos, y en los hospitales se habían vaciado
camas para poder atender a los posibles heridos. Menos pedir
sangre para poder efectuar posibles transfusiones, quien mas
y quien menos, con dos presumibles dedos de frente hizo todo
lo posible, para demostrar lo contrario. En un extraño
juego de ocurrencias al señor Aznar se le ocurrió
tildar de reaccionarios a los posibles manifestantes con motivo
de semjenate evento, y al señor Pujol, todo lo contrario,
les califico de “falsos progres de domingo”. Prueba
evidente de que los extremeños se tocan. En este contexto,
y con semejante paisaje, a los okupas de la ciudad no se les
iba a ocurrir nada mejor que quedarse en casa viendo la infumable
programación de nuestras infumables televisiones, o sufrir
un súbito ataque de imaginación y ponerse todos
a aprender macramé o punto de cruz.
El resultado evidente de todo ello fue que el día 9,
casi una semana antes, tuvimos una previa, el precalentamiento
por las banda, como si dijésemos en forma manifestación
en la plaza de la Universitat. Allá en donde yo había
visto volar tan ricamente el busto del General Franco defenestrado
desde el rectorado, se había congregado una nutrida representación
de la juventud europea, en un catálogo completo de donde
puede colocarse un tornillo en el cuerpo humano en forma de
“piercing”, mientras una joven madre daba de amamantar
a su hijo. Allá se montó una discoteca a cielo
abierto, a base de hip-hop, canuto y golpe de litrona. Unos
niños les dicen a su papa, “¡Papá,
papa vamos a ver que pasa!, y un chaval le dice a su novia “No
tengas miedo, que no pasa nada”. Una chica presenta un
chico a una compañera de facultad, y en el ambiente hay
un aire de verbena, como de festejo provocado por algún
nuevo equipamiento municipal. Por las paredes puede leerse “En
la Europa de los 15 tú eres el 0,0000001%”.
Enfrente justo enfrente hay una extraña mezcla entre
jugadores de fútbol americano y guerreros samurais de
dibujos animados japoneses, bajo apariencia de fuerzas del orden
tipo Robocop, con cara de mala leche. Su simple visión
puede provocar un trauma psicológico irreparable en cualquier
alma infantil y sus modales son francamente mejorables. En esta
película hay más indios que caballos, y tocamos
a dos defensores y pico de la ley por cada manifestante. Nos
hemos puesto en marcha, entre globos de colores y gritos propios
de los indios sioux. ???" La comitiva está entre la “love
parade” de Berlin y una imitación en plan cutre
del carnaval de Río, esa todas luces evidente que a una
buena parte de la concurrencia les ha abandonado el desodorante.
Vamos bajo libertad vigilada, entre dos hileras de policías
con cara de pocos, y de muy pocos amigos. Un oficial no tenía
ningún empacho en ir filmando tan tranquilamente a los
manifestantes, algo que por lo visto debe ser legal. Mientras
los chicos iban pegando saltitos, nuestros hombres mujeres de
Harrilson continuaban mascando tan chicle y dando caladitas
al pitillo. El jefe de la expedición policial, iba con
un mapa de la ciudad en la mano. ¿Tendría miedo
a perderse?. Aquella más que una cumbre en Barcelona,
parecía una cumbre contra Barcelona.
Estaba en la sala de máquinas, en el “santa santorum”,
el alto estado mayor, la cocina donde se cuece la “campaña
contra la Europa del Capital”. Aquello era el Cuartel
General de los antiglobarizadores, y sí era cierto que
no todos los antiglobarizaodres eran okupas, lo contrario bien
podía afirmarse sin ruborizarse, aunque este partido
en casa, les venía un poco cuesta arriba después
del desalojo de El Palomar, tenían el cuerpo como desarreglado.
Faltaba de casi todo, pintura de mil colores, traductores del
castellano al ingles, botellas vacías de plástico,
megáfonos, pinceles de todos los tamaños, camiones,
técnicos de sonido, mimos, pancartas....menos ganas,
faltaba prácticamente todo lo demás.
Esto era una asamblea, no éramos más de cincuenta,
en las escalinatas del vestíbulo de la Universidad. La
señora Genma toma la palabra y explica que esta a punto
de morir de éxito, desbordados. Solo hay dos mil plazas
y ha llegado mucha gente sin inscribirse. “Todos somos
muy hippies, muy guays, pero nos hemos pegado un curro de mucho
cuidado. ¿Qué hacemos con la gente que no ha reservado?”.
Ese es un dilema de verdad, y no lo que le pasaba al pobre Hamlet
en Dinamarca, con su calavera. En estas entra un caballero con
el pelo en forma de lechuga, los pantalones arremangados hasta
las rodillas y un monopatin debajo del brazo. La señora
Ada está en el uso de la palabra, y yo me quedó
como de pasta de moniato al verla. Tiene los ojos de color miel,
fuma con la misma distinción de Grace Kelly, tiene una
mueca seductora y va ligeramente maquillada. Me ha dejado la
línea de flotación ligeramente perjudicada. Nada
de greñas, ni de vestuario de mercadillo, es glamourosa.
Me presenta a la concurrencia como “el compañero
de La Vanguardia” y yo mismamente me pongo rojo colorado
como un adolescente.
Pero tiene las ideas claras. “Los del Fòrum Social
que se espabilen. Nosotros tenemos nuestro propio servicio,
que debemos reforzar en los puntos calientes, especialmente
en las dos comisarias de policía de Via laietana. Y recalca:
“Esto es un s???"ervicio de orden, no vamos a hacer de
policías, que quede claro”. Es la Pasioanria del
invento, cuando se enciende es cuando me gusta más.
Tiene el aspecto de manifestación del Hare Krisma en
el Hyde Park de Londres. La diferencia es que aquí la
policía nos da una somanta de palos a los chicos de la
prensa que hemos acudido al encuentro de los “caçadors
de lobbies”, una réplica festiva y cachonda de
la conocida filmografía dedicada por Hollywood a la caza
de fantasma. Una vez convenientemente apaleados por las fuerzas
del orden nos ponemos en marcha con el cuerpo caliente y la
mente como más despegada. Vamos tras un carricoche con
tambores en el que puede leerse una invitación al canibalismo.
“Cómete a un rico con pan y cebolla”, de
los balcones de la plaza de la Sagrada Familia, cuelgan pancartas
premonitoras: “BCN ciutat `per veure-la. No per viure-hi”.
Brita es alemana lleva aquí cuatro días, vive
en un centro social de Sants, tiene veinte años, estudia
derecho “y el sol está bien”. Vamos en comitiva
hasta nuestro primer objetivo: una oficina de La Caixa. Un manifestante,
que provoca los ojos en blancos de las damiselas de la concurrencia,
pregunta si la entidad financiera cumple con sus fines sociales
construyendo campos de golf. Los reunidos responden al unísono
que no, que no, y el que representa a La Caixa, es volteado
al aire como un pelele en un cuadro de Goya. Es un espectáculo
entrantildeable.
Cecile tiene 23 años, es licenciada en Ciencias Polñiticas
y va en bicicleta. “¿Aquí se liga mucho?”,
le pregunto en un súbito ataque de imaginación.
“No en absoluto –me responde la criatura sin ocultar
su enfado por semejante ocurrencia propia de un viejo verde-
este es un movimiento serio”. Ante una oficina de Telefónica
se repite el ritual y yo y Sergi nos vamos a tomar una caña
para darnos unos respiro.
Proseguimos la marcha. Tiene 20 años y es educadora social,
va con unos amigos. “De aquí poco esto no lo podremos
hacer. Hacía ahí van los políticos”.
Delante de la sede Fecsa Ednsea, un policía toma sin
demasiados miramientos – es decir sin ningún tipo
de miramiento - la cámara de video de una manifestante
y mira las imágenes grabadas. Mientras tanto un compañero
suyo me esta filmando. Me dirijo hacia él. “Perdone
señor agente. ¿es legal lo que está haciendo?”
“´Sí lo es –responde el hombre de azul-,
y si no puede ir los jueces”. “¿Podría
darme su número de placa”. “No, no se lo
voy a dar”, responde el representante de la ley. Mi joven
amiga me pregunta “¿Que te parece todo esto?”,
y yo encojo lo hombros, en un gesto vago.
En el cielo, está quieto el pájaro de mal agüero
del helicóptero de la policía, que como el ojo
de Ddios escudriña las voluntades. Debajo, el altar en
que se adora el becerro de oro del dinero en que se ha convertido
la plaza Catalunya. En medio, el aire frío de marzo,
los escaparates blindados con madera del paseo de Gràcia,
los pañuelos al cuello modelo Yasser Arafat y las parejas
del mismo sexo cogidas de la mano. Esta manifestación,
la gorda, la del cierre, es como la paella valenciana: cabe
de todo. Desde una cacerolada por Argentina hasta pancartas
en que se recomienda “Make love, no war”, desde
partidarios del Tibet libre hasta quienes piden “menos
operación triunfo y más educación”,
desde quienes exige la retirada de la ley de extranjería
hasta quienes dan apoyan a la guerrilla de Colombia o dan vivas
a ETA. Uno incrédulo incluso descubre que el PSUC todavía
existe. Es la cosa esta de la antiglobalización un pupurri
al que acuden familias con cochecitos y niños, y jovencitos
arrastrando los bajos de los pantalones amorrados a la Xibeca
y al canuto. Y el señor francés, que parece un
replica exacta de Asterix el galo, que se hizo famoso quemando
Mc.Donald´s.
Por la vía Laietana mientras se hace de noche baja el
denostado espíritu de mayo del 68, de las manifestaciones
antirracistas de Martin Luther King, y contra la guerra de Vietnam.
La Jefatura de Policia permanece cerrada a cal y canto y provoca
el mismo entusiasmo en los manifestantes que la presencia del
señor Figo en el Camp Nou. Una pan???"carta, una sola,
recuerda que “Todos somos Carlo”, el joven muerto
en Génova.
Al final empieza el baile y los cristales saltan hechos añicos.
Mañana solo quedarán los restos de la batalla,
retales de la noticia, pero hoy aquí ha empezado algo
nuevo. Quizá no sepan muy bien lo que quieren, pero conocen
perfectamente lo que no les gusta. Aquel día, vi desfilar
el futuro delante de mío, juro que lo ví. Me
enteré por la radio del coche. Pudo haber sido distinto,
diferente, pero fue así de prosaico. No recibí
ninguna llamada anunciándome la noticia, ningún
soplo, nada de nada. Lo supe como lo que soy, un simple pringado,
nadie se tomo la molestia de comunicármelo, ¿para
qué?. La ciudad está repleta de periodista de
verdad de la buena y sobran pelagatos como yo, así que
lo primero que hice fue llamar a Sergí, más que
nada para saber si todavía esta vivo. Lo estaba, pero
parecía que lo acaba de despertar y sacarle de la cama
así que le pedí, me parece que más bien
le ordené en tono imperativo, que llamase a nuestra fuente,
a nuestro ángel de la guardia, es decir al bueno de Albert,
en funciones impagables de jefe de prensa del movimiento okupa.
Y la cosa empezó exactamente así, yo no había
oído hablar en vida de can Mas Dèu, no tenía
ni la más puñetera idea de donde demonios estaba.
Pero estaba en alguacuten sitio de Collserola, y por lo visto,
o mejor dicho por lo oído en la radio del coche a través
de un boletín informativo, el señor juez se había
presentado con las fuerzas del orden para proceder a su deshalojo.
Era una casa ocupada. Sabía lo suficiente, pero no sabia
casi nada, como de costumbre.
No tenía ni idea que Can Masdeu databa del siglo XVII,
está situada en un torrente del mismo nombre, en el barrio
de Canyelles a 500 metros escasos de la Ronda de Dalt. El paraje
ocupa unos 400.000 metros cuadrados de masa forestal y los planes
municipales para la zona preveen que una parte de esa superficie
se dedique a zona verde en lo que se pretende un nuevo acceso
al parque de Collserola, El resto se venderá a la iniciativa
privada para que lo destine a un equipamiento formativo o sociosanitario,
un eufemismo para vendérselo al Colegio de Medicos que
pensaba construir una residencia es decir un hotel en latin
vulgar. Can Masdeu acogió hasta 1950 una leprosería
que dependía del hospital de Sant Pau y desde entonces
permaneció deshabitada hasta que el pasado mes de Diciembre
se instalaron en ella los okupas.
No sabia, por ejemplo que el 28 de Marzo se había publicado
que “Sí nos intentan echar, resistiremos de modo
firme, original y no violento”, tras haber recibido una
orden judicial. Tampoco tenía idea de que el día
30 se había celebrado un desayuno festivo. El taxista
tampoco sabía donde iba, ni a donde me llevaba, el taxista
no tenía ni la más puñetera idea y evidentemente
nos perdimos. Lo mío era como de libro, de manual, de
cómo no ser nunca un periodista de prestigio ni puñetra
falta que nos hace.
El lugar de autos tenía a la entrada el aspecto de un
parque municipal, de esos a los que acuden las madres con los
niños, y mientras ellas disertan sobre como hacerse una
liposución, aumentarse la talla de los pechos o los últimos
acontecimientos de “El Gran Hermano”, los niños
en cuestión se despeñan por columpios y se rompen
tan ricamente la crisma. Era un terreno con aspecto forestal,
que hacia preciso caminar un buen rato por una pista en medio
de un bosque como Dios manda, cerca mismo de la ciudad, y yo
para semejante ocasión iba con mocasines recién
estrenados.
No era un buen día, casi nunca lo es, pero aquel era
un día peor que otro cualquiera. La Infanta Cristina
estaba a punto de dar a luz a un nuevo retoño, a otro
nieto de Su Majestad el Rey, y los periódicos no estaban
para estas minucias, pero estos temas menores, del subgénero
llamado de “interés humano”. Al llegar era
el aspecto era francamente surrealista. El número de
periodistas concentrado era exiguo, y se componía de
unos cuantos becarios, o becarias con la consabida doble tira
de la camiseta y el sujetador, que habían sido enviados,
como quien los remite a cualquier lado, más que nada
por tenerles ocupados y distraídos, para pasar el rato,
más que nada para que no estorben, lo más lejos
posible de las respectivas redacciones, aunque el posible resultado
de su trabajo, ya se sabe de antemano, que en el mejor de los
casos, irá a parar directamente a la papelera. Parecía
un congreso de lo bueno y lo mejor de la profesión periodística
de Barcelona, con lo que cobrábamos todos juntos no nos
llegaba ni para pagarnos el café.
La situación era cuando menos chunga. La policía
había intentado el desalojo a las 9.30 horas de la mañana,
por orden del juzgado número 4 de Barcelona, pero once
personitas se habían colgado tan ricamente de la fachada
en las posiciones más inverosímiles. El señor
Juez había requerido a los bomberos para que los bajara
de sus posiciones, pero los bomberos habían dicho que
nanai del Paraguay, que solo intervendrían en caso de
que peligraran sus vidas.
Y allí estábamos, tan ricamente, ante una muralla
impenetrable de policías antidisturbios, que formaban
una barrera infranqueable, igual, igualito, que en los buenos
años del muro de Berlín. Sencillamente, no se
podía pasar. A un lado estaban los asediados, los bomberos,
las policías, y unos caballeros vestidos de paisano,
que tenía todo el aspecto de ser unos sepultureros, unos
subasteros, o los que proceden a los deshaucios familiares,
mientras los niños lloran cogidos a las faldas de sus
madres, se les caen los mocos, y ellos poseídos por el
sagrado deber del cumplimiento de la ley, se llevan los colchones
y los somieres. Una escena entrañable, un grupo humano
del que sobresalía la silueta de dos mozalbetes ataviados
con chaquetas de color granate burdeos, vestidos como acomodadores
de los cines de antes. Parecían los Hernandez y Fernandez
de las aventuras Tin-Tin. Nadie acaba de explicarse la razón
de su presencia allá en medio, ataviados de tal guisa,
disfrazados como de lagarteranas. El enigma se resolvió
muy pronto, cuando nos enteramos de que eran unos simples asalariados,
vamos unos curritos, de una empresa de conserjes, - no tenía
la menor idea de que existieran semejante tipos de negocios-
cuya principal misión consistía en una vez desaholajada
la casa establecerse en ella, porque en caso de una nueva ocupación,
dada que ya estaba habitada, la figura jurídica pasaría
de la sirve ocupación, a la usurpación o algo
así. El caso es que estabamos allá unos cuantos
periodistas muertos de hambre, sin nada mejor que hacer, un
grupo de simpatizantes de la causa, y unos aguerridos defensores
de la ley, mientras unos cuantos, chiquillos se jugaban el pellejo
colgados allá en lo alto. En estas ha llegado el señor
juez, y se comete una reunión entre el juez, las fuerzas
de seguridad y los bomberos. Los chicos y las chicas continuan
a lo suyo. Han pasado cosas extrañas, o cuando menos
relativamente extrañas, por ejemplo que no se ha recibido
ninguna orden de desalojo, que el procedimiento ha sido declarado
secreto y que la señora Veciana regidora de Derechos
Humanos o así del Excelentísimo Ayuntamiento ha
hecho acto de presencia. Es decir que mientras el excelentísimo
ayuntamiento en cunato parte del patronato del Hospital de Sant
Pau, insta al desalojo, una concejal de ese mismo ayuntamiento
se solidariza con los desalojados. ¿Hay algo más
barcelonés, que esta esquizofrenia, como no sean los
canalones del día de San Esteve?.
El señor juez había dejado dicho, que ni pan ni
agua, ni visitas, es decir que ya se cansarían y que
se iba de fin de semana. Los ha dejado incomunicados Hacia calor,
un calor asfixiante. Una muchacha tipo modelo Rubens, se desnudo
ante la barrera policial, mostrando un cuerpo modelo Rubens,
y un compañero la secundó en el evento de despelotarse,
después la pintaron convenientemente. Otra señorita
tuvo la ocurrencia de hacer pipi a escasos metros del contingente
policial, mirando directamente hacia ellos, mientras estos ponían
cara de póquer, y una tercera tocaba Bach el chello.
Era una escena impagable.
Yo por si acaso me fui a comer un bocadillo de tortilla con
patatas, - presagiaba que la jornada iba ser larga- al único
bar que había por las inmediaciones, y que por cierto
estaba repleto de guardias de la porra, reponiendo fuerzas.
El negocio era completo, había overwoking, y la encargada
ha mandado rápidamente a una propia a por pan, por aquello
de más madera que es la guerra. Pero antes oí
la frase del día en boca de un desalojado del recinto.
“Hay que avisar a la policía porque la policía
esta robando nuestras cosas”. ¿Ingeniosa verdad?.
Los chicos tuvieron la idea de convocar una asamblea, para deliberar
como organizar la resistencia, y en lugar de irse a un lugar
remoto y recóndito solo se les ocurrió hacerlo
a unos escaso metros de la barrera policial, casi casi en el
mismo sitio en que la chica había hecho pis. Deliberaban,
hay que reconocer que deliberar es lo que se les da mejor. Sergi
y yo hemos tomado una distancia prudente, y le he enviado a
reponer fuerzas. La cosa promete ser larga. Y pasan cosas curiosas
como dos individuos con jaulas y pájaros dentro a quienes
se les franquea el paso, y un caballero a bordo de una bicicleta
a quien también se le abre la barrera de aquella frontera.
Es decir que la vida continua. Por si acaso me comunican que
han llamado a la Cruz Roja para que les traiga alimentos a los
sitiados, pero por lo visto tan emérita entidad ha declinado
el ofrecimiento.
También llega Ada, la chica que tuvo la ocurrencia de
calificarme como “el compañero de La Vanguardia”
en el vestíbulo de la Universidad, durante la fiesta
aquella de la Cumbre Europea. Va con traje chaqueta, como para
asistir a un coctail, no le hace la más minima ilusión
verme, vamos que ni prorrumpe en aplausos ni me hace la ola.
Yo ???"le repito la frase de que fuma como Jace Kelly y me propina,
en justa recompensa, una mirada de esas que matan. A pesar de
ello me muero de ganas, por propinarle unos mordiscos amorosos
en su nuca desnuda. Solo me pregunta que hago allí y
en un rapto de imaginación le respondo que estoy tratando
de pagar la hipoteca. Hay gritos a base de “okupas resiste”,
y todo tiene un cierto aire mezcla a las escenas del asedio
al Alcazar de Toledo durante la guerra civilm, y el festival
hippy e Woostokd.
Unos policías pasan con bolsas repletas de bocadillos,
y reciben una sonara pitada. Aparece en esta una señora
vecina, vestida de ello, es decir ataviada con una bata holgada
que igual le sirve para un roto y para un descosido, que se
fuma tan ricamente un pitillo a nuestro lado. “No hacían
daño a nadie, yo les veía como cultivaban los
huertos y como iban a sus cosas. Había estado de visita
en la casa, ningún problema”, y le pega otra calada
al cigarrillo, y expulsa el humo con cara de circunstancias,
entre satisfecha por el placer del tabaco y preocupado por el
curso de los acontecimientos. “Cuando aquí no haya
nadie les van a pegar de hostias hasta en el carnet de identidad,
les van a moler a palos”. La buena señora ejercía
la sabiduría popular, una cosa mala.
Hay más visitas, como unos representantes del Foro Social,
que se encontraban reunidos en Barcelona y se han acercado hasta
allá. Una señora india con trenza negra hasta
la cintura y unos ojos lindísimos ha tratado de pasar.
Los señores y señoras de la policía han
estado en un tris de sacarse la porra y darle un repaso. La
buena mujer no ha persistido en su empeño. También
llega una ambulancia del 061. El responsable es el perfecto
funcionario municipal, no puede hacer nada. Él está
allá por si pasa algo, “y cuando pase, cuando alguno
se despeñe, usted que piensa hacer, ¿ponerle una
tirita?”, le respondo yo. Me mira con cara de incredulidad,
como si no diera crédito a lo que está sucediendo,
alguien le está increpando, a él, a todo un señor
médico, a un funcionario. Hace un gesto vago y se aleja.
Llega también el abogado de los okupas. Es un guapito
que ha visto muchas películas americanas de abogados
en la televisión. Realiza una rueda prensa y lanza una
consigna, señalando con el dedo hacia los colgados, “ens
interpelan a tots els individus”, y lanza una propuesta
de negociación: “Si la fundación del Hospital
de Sant Pau, asegura un uso público, y presenta un proyecto
abandonaran el encierro”. Podía arbitrarse una
solución como en Torre Bonica en san Cugat, en que los
okupas cedieron en su empeño a cambio de que tuviera
un uso social.
Al atardecer la imagen es patética. Parecen trapecistas
atrapados entre los alambres y los columpios, como crucificados
en su calvario, a mi lado, justo a mi lado una chica se pone
a llorar, con una lágrimas como lamparones, en silencio,
sollozando para sus adentros. La señorita del chello
interpreta a Bach, con brio y ganas, oírle en estas circunstancias,
en medio de tamaño desaguisado, de tal abuso del concepto
de autoridad, en defintiiva de tanta barbarie me pone la piel
de gallina. Tengo un rapto y llamo al diario, será una
perdida irremisible tiempo, pero algo será. Jordi Juan
era el jefe de sociedad, es periodista, pero amigo. La respuesta
es la habitual en estos casos, a media tarde con el diario por
hacer, la redacción hirviendo como una olla, los teléfonos
resoplando y solo falta yo en aquel paisaje de la playa Oklahoma
en pleno desembarco aliado en Normandía.
“¿Sabes que te dijo?. ¿De verdad quieres
saber lo que te dijo?. Oye, pero de buen rollo, de verdad, de
buen rollo...pues mira en estos precisos momentos tu, y los
okupas, - ahí se tomó un tiempo no se sí
para pensar lo que iba a decir, o simplemente para coger aire
y proseguir, tu y los okupas de los cojones, me la chupais,
eso me la chupais, ¿lo has entendido tío?, me
la chupaís, ¿vale?...”. Jordi es un buen
periodista, y un buen amigo. Me quede con el teléfono
móvil en la mano, oyendo el zumbido que se produce cuando
alguien ha colgado. No tenía nada más que hacer
allí, no tenía quizás nada más que
hacer en ninguna parte. Deje a Sergi de guardia y me fui a casa.
Poco antes de meterme e???"n la cama me llamo el gran Jordi
Juan, era el jefe de sociedad de “La Vanguardia”,
un gran periodista, y un buen amigo : “¿Cómo
estas”?. Me parece que atine a responderle si me lo preguntaba
o en realidad lo quería saber. “Oye tío,
eres un periodista, no eres una ONG, vale”. “Vale”,
le conteste, y me bebí más de un wkysky aquella
noche.
La ciudad se despertó con unos chavales colgados de unas
paredes de una torre, porque querían parar la especulación
en Collserola, una zona verde que se van comiendo las urbanizaciones
a dentelladas, un poquito hoy, un poquito mañana, tan
ricamente. Yo también tuve un tiempo en que quise cambiar
el mundo, pero ahora simplemente tomaba un café cargado
y leía el periódico con los pies desnudos.
“El desolojo de Can Masdeu se ha convertido en el más
largo de Barcelona. Comenzó ayer por la mañana
y pasada las dos de la madrugada de hoy todavía no había
concluido: once okupas permanecían colgados de las fachadas
de la masía (...) Las dificultades para descolgar a los
jóvenes llevó a la policía a desestimar
la operación los bomberos tampoco intervinieron y e juez
no suspendió el desalojo (...) Otros okupas intentaron
hacer llegar a sus compañeros mantas, agua y alimentos,
pero la policía se lo impidió. (...) “Presentan
síntomas de hipotermia”, decían los primeros,
“Pues baje”, replicaban los segundos”.
Cuando llegue a Can mas Deu, el que parecía que se había
pasado la noche colgado era Sergi. Había llovido y hacia
un frio que pelaba. En el ambiente se empezaba a mascar la tragedia.
“Les hemos dicho que nosotros no les bajamos”, decía
el bombero mientras miraba de soslayo que la policía
no le viera hablar conmigo. “Ayer le di un bocadillo a
uno y me pegaron una bronca de mucho cuidado. Pero nosotros
no les bajamos, me dicen que somos funcionarios y que hemos
de obedecer las ordenes judiciales, pero yo el otro día
saqué a un tio con una pistola del water de una bar,
y ellos no se atrevieron a dar un solo paso, ¿voy a meterme
con unos chavales desarmados, anda vámos.. ?”.
El bombero evalúa la situación. “Sí,
estos pueden resistir mucho, están preparados”.
La mañana era de un gris plomizo y la situación
empezaba a amenazar tragedia. El señor del 061 continuaba
firme en sus creencias, por lo visto la salud de los encerrados
no ofrecía ningún peligro. Estuve a punto de saltarle
a la yugular ante semejante acto de cinismo, y corrí
el serio peligro de que me suministrara alguna pócima
para calmarme. Aquello era un despropósito, sin ningún
sentido, no podía permanecer allí sin hacer nada,
sin intentarlo, quizá no fuera mi trabajo, pero desde
luego era mi sentimiento. Había que hacer algo, a pesar
???"de que era festivo
Empece por la Delegación del Gobierno. Hubo suerte. El
telefonista de guardia tenía la amabilidad de leerme,
me dio su palabra de honor que localizaría a Jarreño,
un ángel de la guarda revestido de jefe de prensa. Llamé
al Conseller en Cap. Mala suerte, Artur Mas estaba en Londres.
Llame a Xavier Trias, no dí con él, llame a Batlle,
el concejal de Deportes del Ayuntamiento, llame a todo Dios
que pude. Era desesperante ver como el tiempo pasaba, como las
madres trataban de hacerles llegar algún alimento, como
la policía las despachaba a empujones, y como la situación
se iba deteriorando.
El primero en contestar fue el bueno de Jarreno. “La cosa
tiene cojones, porque la finca es del Ayuntamiento y de la Generalitat
y nos pasan a nosotros el marrón. La policía esta
actuando por mandato judicial, y eso macho es sagrado. Tu no
sabes como está la cosa, incluso pretendían que
fueran los GEOS. – el cuerpo especial de la policía
que actúa en situaciones límite, como por ejemplo
para rescatar a los pasajeros de un avión secuestrado
por un grupo terrorista). Pero piensa que si hacemos algo el
juez nos puede enchirronar a todos, por menos que canta un gallo,
tu no sabes como las gastan”. Le hice un resumen de cómo
estaba la situación y me prometió que hablaría
con el juez. “Oye sepas que lo hago por ti, y solo por
ti, no lo haría por nada más. Los hombres de Mas
también se movilizaron, pero el resultado fue el mismo,
todo dependía del juez. Yo no quería ni pensar
en que iba a suceder si se producía alguna desgracia
personal, si algún de aquellos chavales se descalabraba.
Quizá solo fuera que estaba sufriendo un ataque de paternalismo.
Se iban sucediendo las tanganas entre la policía y los
concentrados. Los intentos por hacerles llegar alimentos eran
una y otra vez fustrados a golpe de palos. Desde la Delegación
del Gobierno me llamó “El juez ya esta informado
de la situación que tú me has explicado. He hecho
lo que he podido, ahora ya no depende de mí”, solo
le pude darle las gracias con un hilito de voz. Y enviarle una
caja de vino en señal de agradecimiento Después
llamó Jordi Juan. Tras interesarse por mi estado de salud,
por los estudios de mis hijas, por el tiempo que hacia, por
el futuro de Reixach como entrenador del Barça, por la
crisis en Oriente Medio y por la señora madre que nos
matriculo a todos, dejo caer como quien no quiere la cosa que
“Oye, por cierto si quieres y tienes algún interés,
puede escribir algo sobre los okupas, ¿no?”. Que
traducido al lenguaje corriente quería decir, “escucha
cabrón de mierda, haz el puto favor de ponerte a escribir
de una desgraciada vez esa porquería que tú haces,
esa mierda y asi dejarás de darme el coñazo”.
El caso es que me fui a casa a escribir con tan mala suerte
que al salir me tope con un guardia urbano, al que conocí
y al que salude por haber tenido la amabilidad de haber adquirido
un libro mío y habérselo dedicado el pasado día
de Sant Jordi. El gesto fue interpretado por algun miembro de
los okupas, como que yo era ni más ni menos un confidente
de la policía. Y a punto estuvo de liarse la de Dios
es Cristo. Desde luego un mal siglo lo puede tener cualquiera.
Pero hice un artículo, yo casi siempre acabo haciendo
un artículo, se titulaba “Ramallah en Collserola”,
e iba de la siguiente guisa. “He permanecido 33 interminables
horas viéndoles como crucificados en el Calvario. Así
permanecen siete de los once habitantes de Can Masdeu, que siguen
colgados en las posiciones más inverosímiles de
la fachada de la antigua masía, que tras 50 años
de abandono, el patronato del hospital de Sant Pau, ha caído
precisamente ahora, ahora que estaba precisamente habitada en
la cuenta que estaba habitada por unos okupas, de que era de
su propiedad.
“Están ahí porque quieren”, me espete
una aguerrida señora policía antidisturbios, que
no solo trata de cumplir con su deber, sino que encima hace
proselitisimo y se ríe con descaro de mi cara de circunstancias.
Están cercados por la policía de un país
democrático y, según la orden judicial, no pueden
recibir ni mantas, ni agua, ni alimentos. Es decir que los ciudadanos
de Barcelona hemos asistido al cerco de una fortaleza, cual
espectáculo de una cena medieval, con la diferencia de
que esta vez iba en serio, Esperan que se rindan por simple
agotamiento, por hambre o por sueño. Sus compañeros
tratan de pasarles alimentos pero la policía, sí
puede, los envía al suelo, de las mismo que les enfoca
con potentes linternas durante la noche para que no puedan dormir.
¿Quién dijo malos tratos?.
Esto no pasa en el cuartel general del presidente de la autoridad
palestina en Ramallah, rodeada de las tropas israelistas, sino
en Collserola, España, un país, que por cierto
ha firmado todas las convenciones sobre derechos del hombre
habidas y por haber. Si en lugar de ser simples okupas hubieran
sido prisioneros de guerra o reos condenados a muerte por un
asesinato hubieran gozado de unos derechos, que ahora son simple
y llanamente omitidos.
Los señores del 061 desplazados hasta aquí, por
si ocurre una desgracia, se han limitado a cumplir con su deber,
que por lo visto consiste en que sí alguien se cae y
se rompe la crisma le pondrán una tirita. Lo otro llevarles
agua o alimentos excede a sus funciones y yo solo le pido al
Señor no caer nunca en manos de semejantes profesionales
de la salud.
Esto pasa en Barcelona, en el sigloXXI, el 1º de Mayo,
junto a la plaza Karl Marx. He llamado a todo el mundo, a la
Delegación del Gobierno, a los políticos que he
encontrado despiertos, he hecho todo lo que he podido pata evitar
una desgracia. Pero solo soy un periodista”.
Yo no estuve allí para verlo, pero de madrugada y según
me explicaron leían mi artículo a los que estaban
colgados, para darles animo. Mi nombre era coreado, y cuando
un miembro de la Federación de Asociaciones de Vecinos,
- autorizado por el juez fue a ver a los encerrados- el oficial
de policía le quito mí artículo de las
manos, en un ataque de ira. La noticia aquella maña era
que “Los okupas ganan la batalla de Can Masdeu”,
según rezaba el titular de “La Vanguardia”.
El texto explicaba que “El juez ha tomado la decisión,
tras recibir el informe del médico forense que esta tarde
visitó a los seis okupas, considera que “el derecho
a la vida prevalece frente al de la propiedad”(...) El
médico forense considera “imperativo” que
los okupas reciban “nutrición” y “tratamiento
médico”, por lo que el juez ha dictaminado que
quede “sin efecto” la orden de desalojo.
El resto fue como pasa en las películas. Acudimos a la
rueda de prensa convocada en la casa ya liberada del cerco policial.
Me encontré con Albert en una escalera angosta. Nos abrazamos,
casi no nos dijimos nada, pero creí percibir como un
murmullo apenas inteligible que me decía “gracias”,
pero a lo mejor solo lo soñé, y fueron figuraciones
mías. Después ya en???" el camino de vuelta hacia
el coche, una chica me pregunto si yo era Trallero, y sin pensárselo
mucho me dio dos besos. Mas tarde sonó el móbil
y el bueno de Jordi Juan, periodista pero amigo, entonces jefe
de sociedad de “La Vanguardia”, estaba al otro lado
para preguntarme si estaba contento. “Has vuelto a ganar”.
Solo atine a decir alguna tontería en plan que no había
ganado yo sino la razón o así. “¿Sabes
una cosa?, al final resultará que hasta eres una buena
persona”.
Mucho tiempo después, mucho el Viernes 27 de Septiembre
la historia tuvo un final, incluso si me apuran mucho diría
que tuvo un final feliz. La edición de Catalunya de “El
País”, la recogía así, con este titular
significativo: “La justicia avala a los “okupas”
de Can Masdeu y rechaza el desalojo”. El contenido señalaba
que “La Audiencia de Barcelona rechazó ayer el
desalojo por la fuerza de una treintena de okupas que desde
hace un año habitan en el barrio de Canyelles, al considerar
que es una medida innecesaria, desproporcionada y la más
perjudicial. Los jueces opinan que antes de enviar a la policía
al lugar, como reclamaba el propietario de la masía debe
haber una sentencia judicial firme, sea penal o civil (...)
El magistrado Daniel de Alfonso, ponente del auto, asegura:
“Nuestro estado no solo es un Estado de derecho, sino
también democrático, y sobre todo es debe ser
un Estado social”. Por eso añade, “la necesidad
de contribuir a la paz social, alterada en esta causa, desaconseja
la adopción de esta medida por no ser en esta fase del
procedimiento en que nos hallamos, necesaria”. El juez
también cree que la “desproporción”
que supondría el desalojo policial “vulnera el
espíritu y la letra de la Constitución”.
(...)
La resolución de ayer de la Audiencia tampoco es ajena
al movimiento okupa y en un apartado dedica una reflexión
poco habitual. Eso sí, en leguaje judicial. “La
vigente regulación procesal en esta materia –la
okupación- está demandando una necesaria y urgente
reforma adecuada a las presentes exigencias sociales derivadas,
entre otras, del notable incremento experimentado en los últimos
años en los delitos contra el patrimonio...Mientras dicha
ansiada reformada llega será siempre preciso acudir a
la Constitución”, dicen los jueces. Y eso es lo
que hicieron ellos”. Un portavoz municipal declino ayer
realizar cualquier comentario sobre la sentencia. Habían
ganado, quizá habíamos ganado incluso todos los
ciudadanos.
Texto: Manuel Trallero.
Casi un centenar de ''okupas'' protestan por el derribo de ''El Palomar'' en Barcelona
Barcelona. (EFE).- Casi un centenar de jóvenes se han concentrado esta mañana frente a la antigua casa de "El Palomar", en el barrio de Sant Andreu de Barcelona, para protestar por su desalojo policial y el posterior derribo del inmueble por orden del Ayuntamiento.
Los concentrados han recogido restos de la demolición del edificio y los han trasladado en carritos de supermercado hasta la sede del distrito del barrio, donde los han dejado en el centro de la plaza frente a un grupo de efectivos de la guardia urbana.
Un miembro de la asamblea de "okupas", Albert Martinez, ha explicado que este acto de protesta pretendía "simbolizar nuestra protesta por el derribo", puesto que "el interés del ayuntamiento apareció a partir del proyecto especulativo de la constructora".
Para los "okupas", los intereses económicos han prevalecido sobre los intereses sociales, ya que, según el mismo portavoz, "el ayuntamiento ha dicho que esto es una actuación para beneficiar un bien público, la ampliación del vial, y basta con ver el cartel de promoción de pisos que hay puesto en el mismo solar".
Martínez ha advertido que "los espacios alternativos como El Palomar, que organizan actividades que no tienen cabida en los espacios institucionales, van a seguir existiendo a pesar de la intención de la administración de echarnos de los que estamos ocupando". "Las respuestas a los desalojos son nuevas ocupaciones y por los tanto es un pez que se come la cola", ha añadido.
Esta antigua fabrica ahora propiedad del ayuntamiento de la ciudad había sido "okupada" hace cinco años y precisamente este fin de semana los jóvenes "okupas" tenían previsto celebrar el quinto aniversario de su llegada al edificio.
Barcelona, capital 'okupa'
La capital catalana es una de las ciudades europeas con más presencia de este movimiento, junto a Amsterdam o Milán El movimiento okupa en Barcelona y su área metropolitana se encuentra en un gran momento de forma. Ni la presión policial, traducida en un aumento del número de desalojos -150 en lo que va de año- ni el endurecimiento del discurso político han logrado frenar el ímpetu del colectivo, bien asentado en la capital catalana desde principios de los años ochenta. Tanto es así que, junto a Amsterdam o Milán, Barcelona está considerada una de las capitales europeas para los jóvenes squatters.
Hoy se cumple una semana de la ocupación del antiguo recinto fabril de Can Ricart, en el barrio de Poblenou. Esta nueva exhibición de fuerza del colectivo okupa sobre un espacio emblemático de la ciudad ha puesto sobre el tapete dos asuntos: la capacidad de los poderes públicos para poner coto al fenómeno, y las respuestas de la juventud ante la falta de vivienda asequible.
En Barcelona hay 300 casas ocupadas, y por cada desalojo se produce otra ocupación Los datos que manejan Mossos d'Esquadra y Guardia Urbana coinciden: en Barcelona existen unos 200 inmuebles ocupados. La cifra se eleva hasta 300 si se incluye el área metropolitana, sobre todo los populosos municipios de la comarca del Baix Llobregat.
La mayoría de edificios se utilizan como vivienda. Sólo una pequeña parte son centros sociales ocupados (también llamados "autogestionados"), donde los okupas organizan talleres y actividades variopintas. Albert Martínez, miembro de la Asamblea de Okupas de Barcelona, sostiene que las cifras están "infladas" y sitúa en 150 el número de casas que se han usurpado a sus propietarios. Los distritos de Gràcia y Sants, de fuerte raigambre contracultural e izquierdista, son los feudos tradicionales de los okupas. El Ayuntamiento de Barcelona admite, además, que hay una docena de edificios de titularidad pública ocupados.
Cifras aparte, lo cierto es que el trasiego es constante. Y uno de los lemas del colectivo -"por cada desalojo, una nueva ocupación"- parece cumplirse al dedillo, según reivindican los okupas y reconoce la policía. La mayoría de desalojos son pacíficos y apenas trascienden. Pero en ocasiones se han registrado incidentes violentos, que han dañado la imagen de un colectivo en el que se escudan jóvenes violentos de ideologías antisistema.
La carestía de la vivienda, que obstaculiza la emancipación de los jóvenes, explica sólo en parte el éxito del colectivo okupa. Cada metro cuadrado de un piso nuevo cuesta en Barcelona 4.160 euros, según datos del Ministerio de Vivienda. En Madrid, la cifra es ligeramente inferior (3.976 euros). En el caso de los inmuebles de segunda mano, la tendencia se invierte y Madrid resulta un tanto más cara. Las diferencias, en cualquier caso, son mínimas.
Los squatters critican la especulación urbanística -o "violencia inmobiliaria", en su terminología- y, en consecuencia, consideran legítimo ocupar inmuebles abandonados. El padrón municipal indica que en la capital catalana hay entre 70.000 y 80.000 pisos vacíos, aunque otros trabajos de campo señalan que la cifra real oscila entre 20.000 y 25.000.
"La transformación de la ciudad, concebida como un enorme escaparate, está en la base del auge okupa. Y operaciones urbanísticas como la que acompañó al Fórum de las Culturas deberían hacernos reflexionar", explica Antoni Luchetti, abogado de los artistas callejeros del centro social La Makabra, recientemente desalojado por los Mossos d'Esquadra. Estos mismos jóvenes, procedentes del mundo del circo y de las artes escénicas, son los que, la semana pasada, se instalaron en las naves de Can Ricart.
Jaume Funes, psicólogo especializado en movimientos sociales, cree que la Barcelona fabril del siglo XIX "ha dejado más espacios disponibles que en otras grandes ciudades como Madrid", susceptibles por tanto de ser ocupados. Pero el boom de los squatters en Barcelona tiene raíces de signo histórico y político, según Funes: "Aquí, los movimientos alternativos europeos han llegado antes y siempre han sido más potentes". En la misma línea, Martínez ve en la tradición anarquista y libertaria un espejo para los jóvenes radicales de hoy: "En cierto modo, somos herederos de la revolución de la CNT de 1936 y de los ateneos obreros de principios de siglo".
Lejos de una apariencia monolítica, el colectivo okupa es heterogéneo y, como un camaleón, ha ido mutando al son de los tiempos. En 2000 y 2001, apareció ligado a las protestas contra la globalización. En 2003, se apiñó en torno a las manifestaciones contra la guerra de Irak. Y hoy está vinculado más que nunca a la denuncia de la especulación inmobiliaria.
Sin embargo, los okupas han perdido la exclusiva -o al menos, el exceso de protagonismo- que hasta ahora habían ostentado sobre el problema de la vivienda. La Asamblea Popular por una Vivienda Digna, una iniciativa que surgió al margen del colectivo okupa, ha conseguido canalizar la movilización de numerosos sectores sociales para reclamar que se haga efectivo el derecho constitucional a disponer de una vivienda digna.
La meta es la misma. Los medios, distintos. Frente a las manifestaciones organizadas por la Asamblea, los squatters reivindican la acción directa para "poner de manifiesto las contradicciones del sistema", opina Funes. En las naves de Can Ricart, que ahora permanecen ocupadas, alguien ha colocado una casa de cartón y ha pintado con rotulador un lema que deja clara la idea que defienden: "La vivienda no se mendiga; se okupa".
De todas formas, la mayoría de residentes de casas ocupadas de Barcelona no tienen la más mínima intención de transformar la sociedad. En la jerga okupa, "no están reivindicadas". En la fachada de estas viviendas no aparecen el círculo y la flecha, símbolos del colectivo. Y sus "inquilinos" no anuncian a los cuatro vientos que están allí. Más bien intentan pasar inadvertidos. Se trata de familias sin recursos y grupos de inmigrantes que se instalan en recintos abandonados porque no tienen otro sitio a donde ir.
Hasta hace unos días, una decena de inmigrantes subsaharianos y argelinos en situación irregular malvivían en otra nave abandonada de Poblenou. No tenían agua ni electricidad. La Guardia Urbana los desalojó por falta de seguridad del recinto. La policía reconoce que se trata de un fenómeno creciente. Y Martínez asegura que algunos inmigrantes se han dirigido a la Oficina para la Okupación para buscar consejo sobre cómo instalarse, sin que nadie se entere, en un piso vacío.
El nivel de organización de los okupas de Barcelona es bastante alto. Disponen de dos órganos de actuación a escala general (la Asamblea y la Oficina) y han elaborado dos documentos de utilidad para el colectivo: una especie de "manual del buen okupa", con toda clase de consejos para que la ocupación se efectúe con garantías jurídicas; y su Biblia particular, la Carta de medidas contra la violencia inmobiliaria.
Los constantes desalojos -en algún caso, de centros elevados a la categoría de mito- no han logrado frenar a los okupas. "Tienen que darse cuenta de que la solución no es policial", se atreve a decir Martínez. Frente al nuevo pulso que se plantea en Can Ricart, el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, ya ha dicho que no negociará con una "política de hechos consumados". Es decir, que no hará concesiones a los okupas-artistas mientras sigan ocupando el recinto fabril. De momento, allí siguen.
Los Mossos desalojan el edificio 'okupado' de La Carboneria (El Pais 20/02/2014)
Las cadenas despedazadas por un globo azul de fantasía que pintan la fachada del edificio okupado de La Carboneria, en la Esquerra de l'Eixample de Barcelona, se volvieron a ensamblar ayer por imperativo judicial. Los Mossos desalojaron al mediodía el emblemático edificio que desde 2008 albergaba un centro social autogestionado por los propios okupas.
"Mientras la gente se queda sin trabajo y sin hogar, vosotros os dedicáis a desalojar una casa que hace cosas buenas por los demás", les reprochaba una mujer, entre llantos, a los mossos desplegados ante La Carboneria. En un amplísimo dispositivo policial en el que participaron decenas de antidisturbios, bomberos y hasta un helicóptero policial, los agentes ejecutaron en poco más de tres horas la orden judicial de desalojo que había solicitado el propietario del edificio, Barcklays Bank.
Además de identificar a unas 15 personas que se atrincheraron en el interior del inmueble para impedir la entrada de los agentes, los policías tuvieron que usar una grúa para descolgar a dos okupas que permanecieron más de una hora suspendidos sobre cuerdas en la fachada.
Un portavoz de los Mossos dijo que el desalojo se produjo sin incidentes. "Los okupas opusieron resistencia pasiva y no se enfrentaron a los agentes en ningún momento. Después de identificarlos, salieron por su propio pie del inmueble", concretó.
Mientras se ejecutaba el desalojo, a los pies de La Carboneria, en la confluencia de Comte d'Urgell con Floridablanca, medio millar de personas mostraban su apoyo a los okupas bajo la atenta mirada del cordón de antidisturbios. Agentes de los mossos cortaron el paso de vehículos y personas en todo el cuadrante y acompañaron personalmente hasta su portal a los transeúntes que vivían en alguno de los bloques de la esquina acordonada.
Un miembro de La Caborneria, Marcel, calificó de "desproporcionado" el dispositivo policial y denunció que el desalojo obedece a que el edificio está en un cruce "muy goloso para los especuladores", junto al mercado de Sant Antoni. El vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Sant Antoni, Toni Sánchez, puntualizó que, si bien no apoyan la ocupación en sí misma, no quieren "edificios vacíos cuando hay gente que está en la calle" y sin trabajo. "Siempre hemos apoyado La Carboneria porque ofrecen un espacio abierto al barrio y siempre se han ceñido a las normas", añadió.
La protesta en la calle se intensificó cuando algunos manifestantes lanzaron petardos al aire, al grito de "quien siembra miseria, recoge rabia". Los jóvenes continuaron una marcha improvisada cortando la Gran Via, escoltados por una decena de furgones de los antidisturbios. En la entrada a la plaza de Cataluña por Pelai, los manifestantes volcaron decenas de contenedores y causaron algunos desperfectos en un cajero automático. La concentración acabó ante las puertas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, en el barrio de El Raval, con una asamblea.
Por la noche, unas 2.500 personas —600, según la policía—, la mayoría jóvenes, se concentraron en la plaza Universitat para recorrer la distancia hasta La Carboneria. En su desplazamiento, quemaron numerosos contenedores de basura, apedrearon sedes de bancos y lanzaron objetos contra los agentes integrantes del fuerte dispositivo antidisturbios que acompañó la marcha con numerosas furgonetas. Un intento de carga de los Mossos dividió la concentración y algunos jóvenes se desplazaron al vecino Raval, donde volvieron a quemar contenedores ante la atónita mirada de los turistas que en aquellos momentos paseaban por aquel dédalo de callejuelas.
Con las ventanas de la fachada tapiadas, vigilancia privada y mossos rondando por los aledaños, el edificio que antaño albergó un bloque de viviendas de familias obreras y más tarde una carbonería —de ahí el nombre del centro social— volvió a echar el cierre. Esta vez, se cierran las puertas de una biblioteca, un punto de encuentro y salas donde se realizaban talleres, comedores populares y clases de danza.
|
| |