SERGI PÀMIES

Vuelo sin motor

SERGI PÀMIES 18/01/2004 (PUBLICADO EN EL DIARIO EL PAIS)

En la miniciudad de la enseñanza en la que se ha convertido la Escola Industrial de la calle de Urgell de Barcelona está el Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya. La sala de exposiciones del sótano presenta una exhibición del trabajo de Sergi Reboredo Manzanares titulada La màgia blanca del 'speedball' a Barcelona. Por el título podría parecer el anuncio de una rave, pero no. Las fotos resumen la realidad de los heroinómanos que se pinchan bajo el tristemente famoso puente de la Ronda Litoral, en Can Tunis. El material formará parte de un libro, con texto de Manuel Trallero. A través de la ONG que se encarga de intercambiar jeringuillas limpias por usadas, Reboredo accedió a este territorio de desamparo. Con según qué drogas, ocurre como con los ríos. Se empieza con un inocente riachuelo, luego el río aumenta su caudal y empieza a arrastrar impurezas, sin que el consumidor consiga siempre nadar y guardar la ropa. Más tarde, la corriente le lleva a afluentes insospechados y, finalmente, tras meandros o cataratas, desemboca en un delta fangoso o, en según qué casos, terminal.

Can Tunis es el último delta. En las fotografías de Reboredo hay cuellos, manos y brazos acribillados. El blanco y negro refuerza los contrastes y la mirada naturalista no cae en la demagogia visual. Retratar esta clase de realidad es difícil: puede parece que te aprovechas del dolor ajeno o que, a cambio de posar, los yonquis te exijan que les pagues la dosis. En este sentido, el trabajo de Reboredo es de un verismo inapelable, fruto, me cuenta, de muchas horas de aproximación y confianza. En una de las fotos, deliberadamente movida, aparece una mujer mayor, llorando, fuera de sí, sujetada por dos hombres que intentan llevársela de allí. Hipótesis: fue a buscar a su hijo y no lo encontró. O peor aun: lo encontró. Hay ratas muertas sobre lechos de jeringas y miradas intoxicadas por el hábito que intentan mantener cierta dignidad. Muchas veces, los consumidores de este tipo de drogas comparan su primera experiencia con la de volar sin necesidad de subir a un avión. En Can Tunis, los aviones se han estrellado y los pasajeros agonizan.

Estas fotos podrían ilustrar muchos textos sobre las consecuencias de la droga. La obsesión de la que habla Lee Stringer, en Grand Central Winter: "Metadona para desayunar. Crack para comer. Pico para cenar". La dependencia sobre la que escribe Ann Marlowe en Cómo detener el tiempo: "Lo que más me disgustaba de mi progresión hacia la adicción era que cada vez hubiera menos momentos en mi vida que no estuvieran relacionados con la heroína". La lucidez autodestructiva con la que Sabino Méndez habla del asunto en Corre, rocker: "El problema, el verdadero problema de las drogas en nuestro siglo de pretensiones humanas exageradas y decepcionantes es, sencillamente, que están demasiado ricas". La autocrítica de Charles Duchaussois, en Flash: "El drama de los drogadictos cuando dejan de drogarse: el recuerdo de su calvario se borra rápidamente, el recuerdo de sus placeres se exacerba cada vez más". Son testimonios en primera persona, pero también hay quien se acerca a este mundo con un distanciamiento más literario. Es el caso de Pau Arenós, que en su cuento Yonqui (nosotros no éramos lo bastante modernos), también retrata la realidad de Can Tunis: "Hay toxicómanos que nunca salen de aquí, que viven debajo del puente para estar cerca de los camellos. Se pinchan hasta 12 veces al día". En una de las fotos, aparece uno de ellos, con la jeringuilla clavada en el brazo y, detrás, una pintada que resulta ser el más impresionante de los pies de foto: "La fuerza está en ti".