Este reportaje, que se centra en
el tema de las drogas en un barrio barcelonés, fue realizado
en colaboración con “Médicos Sin Fronteras”
que intervino en un programa de intercambio de jeringuillas. Can
Tunis es una de las zonas más degradadas de Barcelona.
Entre el puerto y la montaña de Montjuïc, se le ha
tildado como el “supermercado de la droga” por su
relación “calidad-precio”. Llegaban de todas
partes, algunos extranjeros, otros de diferentes regiones de la
Península, con una media de edad de 30 años. Unos
20 o 30 vivían (o malvivían) debajo del puente de
la Ronda Litoral de Barcelona, en unas condiciones higiénicas
y humanas indescriptibles, rodeados de basura y ratas. Otros,
con domicilio fijo o sin él, se acercaban a por su dosis.
Y todos hacían lo que fuese para buscarse la vida. Unos
la fumaban, otros buscaban cualquier parte de su cuerpo para inyectarla.
Todos conocían lo que es una sobredosis. La Policía
Nacional también estaba presente, comprobando la documentación
en la búsqueda de personas con causas pendientes. Y el
recuerdo de los hijos, quienes los tenían, lo único
positivo de sus vidas. Actualmente el barrio está siendo
desmantelado para pasar a ser parte del puerto de Barcelona, pero
el problema no ha desaparecido.
EL CORREDOR DE LA MUERTE (Extraido del libro Barcelona 2004 como mentira de Manuel Trallero/Sergi Reboredo)
Bienvenidos al infierno, pasen por favor, y vean el horror...eso
sí pueden. Aquí están los apestados del siglo
XXI, recluidos en su lazareto, ahí yacen en este pozo negro,
en este agujero sin fondo, estigmatizados para siempre jamás.
Están ahí, pero ya no están. Aquí
no hay billete de vuelta, ni viaje de regreso, es el final de
trayecto, la estación final, la última parada. Han
dejado de ser, han sido dados de baja como personas, borrada su
condición humana, quitados de en medio, puestos fuera de
la circulación, apartados de la vista, excluidos de las
estadísticas. Son muertos en vida, porque aquello que no
se ve, es por la poderosa razón de que ya no existe. Una
lógica diabólica, criminal.
He contado hasta tres arcadas consecutivas, mientras clavaba las
uñas en las palmas de la mano, que apretaba con fuerza,
cerraba los puños, recostaba la espalda contra la pared
y la angustia me secaba la boca. No podía, no debía
desmayarme, ¿o quizá el orden los factores fuera
inverso?, en cualquier caso no debía hacerlo me repetía
una y otra vez. Pero la sangre fluía hacia las órbitas
sin parar, y entornaba los párpados para no mirar. Yo era
un periodista aguerrido, en ocasiones incluso incisivo, ¿no
habíamos quedado en eso?. Era un hombre hecho y derecho.
Por la puerta de atrás de la furgoneta, apenas a un par
de metros, una chica de la edad de mi hija mayor se estaba inyectado,
tenía con ella un extraño parecido físico,
aunque quizá solo fuera figuraciones mías, y se
pareciesen tanto como un huevo a una castaña. Fue la primera
imagen, un recuerdo imborrable. “¿Cómo lo
llevas?”, acertó a preguntarme Eugenia en aquel preciso
instante. “Me alegro mucho que me haga esta pregunta”,
respondí en pleno ataque de ingenio, con el cuerpo descompuesto
y el estómago revuelto. Aquella noche no conseguí
dormir, ni siquiera con la ayuda inestimable del Orzidal, y así
varias noches consecutivas.
Antes, eso sí, me habían proyectado un vídeo,
y me habían dado unas cuantas recomendaciones para mi seguridad
personal. No lo sabía pero a aquello se le llama un “briefing”,
una reunión informativa. Estaba convencido de que me darían
un té con pastas, o un cocktail de bienvenida, como en
los cruceros de lujo, tipo “Vacaciones en el Mar”,
pero no fue así. Eran unos cuantos consejos pronunciados
con tono imperativo, con la voz que emplean las azafatas de los
aviones, cuando muestran a los pasajeros el uso de los chalecos
salvavidas, a base de “en caso de que se enciendan las señales
luminosas, apaguen los cigarrillos, tiren fuertemente de la mascarilla....”.
Habían serías dudas, sobre la conveniencia de mi
calzado, y como aquel que no quiere la cosa, recordaban casos
en que transeúntes ocasionales se habían pinchado
con jeringuillas ya utilizadas, y susceptibles, por tanto, de
estar infectadas. Además me explicaron que íbamos
provistos de una sirena, por si la cosa se ponía fea, y
en caso de que la señal se pusiera en funcionamiento había
que salir de allá zumbando. El nivel previo de acojonamiento
era indescriptible, el miedo atroz.
Lo más difícil, lo más difícil de
todo era aceptar que sí, que aquello era real, que estaba
pasando, y no era una simple pesadilla, un mal sueño. Era
cierto, yo estaba allí, a bordo de un vehículo de
“Médicos sin fronteras”, tras casi medio año
de arduas e interminables negociaciones, una ONG, que cuatro veces
por semana, acude allí dentro del programa de “Cuarto
Mundo”, en su proyecto de “reducción de daños”,
consistente en el intercambio de jeringuillas, curas y derivación
a otros centros. Esto no es el “Ejercito de Liberación”,
no hay monsergas morales, no hay drogadictos, ni yonquis, ni drogatas,
ni toxicómanos, ni siquiera pacientes, aquí hay
tan solo usuarios, como si se tratase del metro o de la compañía
que suministra el gas.
A las tres y media, y hasta las cinco y media, hemos abierto la
parada, debajo de un puente de la Ronda del Litoral. Este era
nuestro destino, Can Tunis, y aquella su patria. Uno de esos terrenos
baldíos, muertos de desencanto que quedan por ejemplo,
al lado de las vías, cuando el tren llega a las proximidades
de una gran ciudad, atravesando suburbios inequívocamente
grises. Así es aquello, una vegetación de maleza
baja, en medio de un descampado abierto a los cuatro vientos que
lo asolan, atrapado entre las dependencias portuarias con una
montaña de containers como toda línea del horizonte,
un nudo de autopistas y ferrocarriles, el poblado de casas, habitado
por familias de etnia gitana, que van a derribar para ampliar
el puerto, todo bajo la presencia imponente de un cementerio.
Un paisaje de una sordidez indescriptible, un “cul de sac”,
una trampa fatal. Este es el hogar de una treintena de personas,
que viven en condiciones infrahumanas, aunque cada día
acuden unas ochocientas. Solo en dos horas se atienden a unas
cien, como media, y cada mes se producen, dentro de este horario
un par de sobredósis. Hasta allá no llegan los políticos,
ni el señor Pujol en sus incansables correrías sabatinas
por el país a bordo del helicóptero, ni el señor
Pascual Maragall, que eso sí se fotografía paseando
en moto –aunque sin casco – por las “fabelas”
brasileñas. Aquí, no hay votos a ganar, es que ni
uno solo.
Fui incapaz de bajar, de poner el pie en el suelo, estaba agarrotado,
no paraba de sudar. Mientras tanto Enrique, el conductor colocaba
un bidón con agua, sobre una mesita plegable. Brigitte,
una médico alemana, - que con su aspecto de walkiria rubia
parecía puesta allá un espejismo - estaba junto
a la ventanilla, y Eugenia la responsable del asunto y enfermera,
una de las profesionales de la tripulación, atendía
desde detrás. Lo hacia con la misma frescura que una pescadera
en el mercado de La Boqueria, con más arrestos que el caballo
de Santiago, y más conchas que galápago. Este era
el equipo de aquel día, al que me había sumado,
pero en otras veces he ido enrolado desde con trabajadores sociales,
hasta una traductora de ruso, o desde psicólogos a antropólogos.
Fueron llegando como zombis, salidos de un “video clip”
de Mikel Jackson, tambaleándose, caminando por entre una
alfombra de jeringuillas y una mar de desperdicios, mezclado con
lodo, charcos de aguas y sus propias defecaciones. Al fondo unos
colchones por el suelo, un sofá desvencijado, una caseta
de perro, bajo una pintada que reza “La fuerza está
en ti. Dios te quiere libre”. No hay nada, ni agua potable,
ni servicios sanitarios, ni contenedores para la basura. ¿Para
qué?. Nadie recoge nada, no pasa, por ejemplo, como en
la parte alta de la ciudad, en la Carretera de Les Aigües,
donde una brigada de la limpieza se lleva con primor los preservativos
utilizados y los pañuelos desechables, usados en lances
de amor. Aquí nadie les ve, no hay turistas, no sucede
como con los inmigrantes de la Plaza Cataluña. De vez en
cuando pasan una excavadora y dejan el terreno liso. Eso sí,
el ayuntamiento realiza encuestas entre ellos, que después
deben publicarse en sesudos estudios, figurar en completas memorias
y documentadas ponencias en congresos internacionales. No harían
falta ni presupuestos extraordinarios, ni investigaciones científicas,
ni fondos de la Unión Europea, aquí como en la India
o en el África subsahariana, una simple toma de agua, una
cotidiana manguera, podría salvar vidas humanas. Esta es
tierra de misiones. Para conseguir que puedan ducharse una vez
a la semana, ha sido preciso el concurso de tres ONGS distintas,
una que pone el personal, “Médicos sin Frontera”,
otra ABD, que se encarga del transporte y una tercera, Arels.
que presta el local.
“¿Cuántas chutas?, ¿ya las has dejado?,
¿americanas o españolas?, ¿plata?”.
Este es el dialogo que mantiene Eugenia. Algunos llegan con la
ansiedad reflejada en el rostro, con la misma cara que pone un
pasajero, que en el mostrador de facturación del aeropuerto,
tiene prisa por cumplir con los trámites, para no perder
el vuelo que está a punto de despegar, mirando a todos
lados. Otros en cambio van como a cámara lenta, parsimoniosos
y sobrados piden una sola aguja, dejando ver su presunta condición
de consumidores ocasionales. A efectos estadísticos les
piden el nombre, el año de nacimiento, y el país
de origen. Los hay que dan su filiación completa, como
si fueran quintos alistándose, y otros susurran el nombre
y parten corriendo como quien atienda a una urgencia.
Un día cualquiera en apenas dos horas, se resume en un
estadillo, 99 usuarios, el 57,42% tiene entre 30 y 39 años,
el 27,72 entre 21 y 29 años, el 6% tiene más de
cuarenta años y el 7% menos de veinte años. La inmensa
mayoría son españoles, el 68,31%, pero los hay de
Liberia, Rusia, Marruecos, Estados Unidos, Portugal, Italia, Alemania.
Kosowo, Albania, Egipto, Argelia, Francia, Grecia y Georgia. Se
recogieron 736 jeringuillas utilizadas, y se entregaron 1.177
por estrenar. Además seis pedazos de plata, 25 smars, gomas
para las venas, y 42 preservativos, se efectuaron cinco curas,
y se desviaron dos casos de sobredosis a Caps. Cifras, datos.
¿Todo esto tiene algún interés para alguien?.
¿Para quién demonios estoy escribiendo?. Quizá
solo para la posterioridad, es decir para el olvido.
A través de la venta rectangular de la furgoneta, desfila
en procesión una verdadera corte de los milagros, es como
la proyección de un film en una pantalla lejana, en tonos
sepias, como un teatro de guiñol de mi infancia, en donde
aparecían y desaparecían unos muñecos, el
bueno le pegaba unos castañazos de miedo al diablo al acabar
la representación. Esto no es teatro, esta vez no son de
cartón y trapo sino de verdad, seres humanos con mayor
o menor grado de evidente deterioro físico, que van depositando
las jeringuillas y retiran las nuevas. Aunque a nadie se le escapa
que por la noche, algunos las venderán a quienes acudan
a por suministros. Hay desde la mulata que cojea ayudada por un
bastón, arrastrando todas su pertenencias, hasta quienes
han perdido ya prácticamente todos los dientes o presentan
hematomas como mapamundis bajo los párpados. Pero todos
irremisiblemente todos, sin excepción alguna han extraviado
el brillo de la mirada, son ya opacas.
“¿Cómo estas hoy José?”, le pregunta
Eugenia a un chico, no en vano lleva acudiendo aquí desde
el año 99 y a muchos los conoce por su nombre. “Mal,
si estoy aquí es que estoy mal”. Otro chico se ha
hecho una herida, es de casa bien, del Paseo de la Bonanova. Otras
veces no son simples rasguños, sino mordeduras de ratas,
que aquí son del tamaño de un conejo. Va pasando
delante de mis ojos una Babel cosmopolita, desde el negro azabache
de Gambia hasta el señor maduro de Manresa, desde quien
llega en autobús, hasta quien lo hace a bordo de un lujoso
Mercedes, desde el gitano de pelo ensoritjado hasta el marroquí
que llama idefectiblemente hijo de puta al argelino, hasta que
llega el argelino y llama hijo de puta al marroquí, llegan
con el camión de reparto de la empresa y el mono de trabajo
puesto, con los libros debajo del brazo recién salidos
del colegio, o con la motocicleta que atan junto a la furgoneta
para que no se la roben. Se pinchan y vuelven a sus quehaceres
particulares.
Hay también rusas bellísimas, de un rubio color
princesa de cuento de hadas con la mirada lánguida, y verdadera
carne de presidio, con tatuajes hasta en las cejas y las venas
acuchilladas como por navajas, no en vano algunos llegan a pincharse
hasta sesenta veces al día, esta parece ser la plusmarca,
el récord actualmente establecido. Son verdaderos espectros,
casi fantasmas, recuerdan las imágenes de Semana Santa,
con sus semblantes acerados, las carnes anacaradas, los hilos
de sangre de los que pende la aguja, víctimas de crisis
psicóticas, rascándose sin parar, o rebuscando entre
los dedos.
No en vano esto es Can Tunis, el supermercado europeo de la droga,
el lugar del continente donde se pude adquirir más barata.
Es la meca, el epicentro, el paraíso. Está situado
estratégicamente al lado del puerto y cerca del aeropuerto,
y bien comunicado con la ciudad, y encima hay que entrar y salir
por el mismo lugar, una ratonera. Llegan de todas partes, incluso
algunos vienen a Can Tunis a pasar las vacaciones. Esta chica
italiana, con la mochila acuestas, como si fuera de camping, se
acerca a pedirnos una aspirina y Eugenia le explica que es por
efecto de la cocaína. “No he tomado nada, acabo de
llegar”, afirma enfadada mientras se larga.
Suceden cosas sorprendentes. Como un magrebi pidiendo a voz en
grito quien le cambia un billete de cien dólares, o una
mujer paseando un cochecito de niños con una caja vacía
de fruta en su interior. Pasan dos negros de la altura de una
palmera, esgrimiendo sendos machetes, como para ir a la zafra
a cortar caña de azúcar, o a una chica con aspecto
remilgado de no haber roto nunca un plato, que se le cae una pistola
por entre los pliegues de la falda. Llegan un par de caballeros
bien trajeados preguntando si hemos visto a un chico que es como
uno de ellos, que falta de casa desde hace un par de días,
pero del cual no saben ni el nombre de pila, a pesar de ser familiar
suyo. También llega otro caballero portando una tabla de
surf, o quien pretende vender un surtido de quesos variados, extraviado
de algún supermercado, o un policía mostrando la
foto de un evadido de la cárcel, por si lo habíamos
visto. Y una pareja curiosa formada por un ruso del tamaño
de un armario con luna, que lleva una chaqueta tres tallas más
pequeñas y las mangas apenas le cubren los codos. Va en
compañía de un español bajito, como un botijo
al que solo le falta llevar boina.
También está el ex combatiente de Kosowo con sus
papeles de la libertad condicionada recién adquirida, que
muestra como quien enseña orgulloso un trofeo de caza,
o la chica a quien Eugenia pregunta por su hija, y responde que
esta con la abuela, mientras su pareja no reprende “¿Porqué
habéis tenido que preguntarle por el crío, porqué?”.
Incluso tenemos en nómina un gracioso oficial, cada día
es capaz de explicar un chiste distinto, hoy nos ha tocado el
del “punky”. Reza así: “Va un punky en
el metro con una cresta así de alta de color naranja, y
un viejo se lo mira todo el rato. Hasta que el chaval pilla un
mosqueo de mucho cuidado y le pregunta “¿Qué
coño miras?”. Y el otro le dice: “Es que una
vez me tiré a una gallina, y quería saber sí
eras hijo mío”. El narrador se va a toda pastilla.
Llega Xavier, un viejo conocido de la casa, mantiene una relación
odio amor. Sostiene completamente en serio que el ojo amoratado
que luce ha sido causado por una caída producida por un
ataque de epilepsia. “No solo soy drogadicto, sino que además
epiléptico. Menuda desgracia”.
Aquí vamos, sobre todo, de “speed-ball”, un
combinado a base de heroína blanca y cocaína, a
cinco euros la dosis. Las substancias se mezclan con agua en el
“pote”, aunque he visto incluso utilizar cerveza,
que a menudo es una simple lata recogida del suelo, o agua de
los charcos, aunque lo ideal es que sea agua destilada en un recipiente
aséptico. Allá se introduce el filtro de un cigarrillo,
se revuelve el contenido y se aspira con la jeringuilla del mencionado
filtro. Se pincha en vena produciendo un bombeo para aumentar
los efectos de la substancia, por eso la aguja se mantiene un
buen rato introducida en la vena, pendiendo del barzo, y el resultado
es que se van metiendo elementos extraños en el organismo
que provocan necrosis, abscesos y flebitis, los “callos”,
- por esto muchos presentan problemas con las extremidades, cojean
o tiene un brazo o la mano paralizada- hasta el momento en que
estas se obturan las venas, “venas envenenadas”. Al
proceso de desintoxicación se le conoce como “limpiar
las cañerías”, o “lavar la sangre”.
La cocaína produce una fase ascendente, hasta llegar al
momento del “flash”, en que se producen taquicardias,
hipertensión y crisis piscóticas. Para combatir
los efectos de la depresión respiratoria que produce la
heroína se procede a la ingestión de pastillas,
de psicoptropos. Aquí hay un mercado floreciente de estos
productos, porque mucho de los que son atendidos en centros ambulatorios
con estas substancias, o con metadona acuden aquí a revendérselos
para adquirir el “speed-ball”. El “tranxilium”,
por ejemplo, va a doscientas pesetas la unidad. Hay quienes también
consumen heroína marrón quemándola sobre
el papel de plata e inhalando el humo que desprende vía
pulmonar. Y también hay consumidores de “crack”,
pero el repertorio no es ni mucho menos completo. Una cosa, si
en que esta todo el mundo de acuerdo. Nadie, absolutamente nadie
entiende el triunfalismo oficial, por las cifras según
las cuales ha disminuido el consumo de heroína en Barcelona.
Es un verdadero misterio, más espeso incluso que el de
la Santísima Trinidad.
Hay historias humanas, claro que sí. ¿Cómo
las quieren?, ¿grandes o pequeñas?. ¿Muy
conmovedoras, o solo un poquito?. Las hay nuevas de trinca, por
estrenar, y otras viejas, ya sobadas. Las hay que van en boca
de todos, como la de la muchacha que murió en pleno invierno
de sobredosis, y a los pocos minutos su cuerpo estaba completamente
desnudo, le habían quitado todas sus pertenencias, ya no
le hacían falta. O aquella otro del señor maduro,
perfectamente trajeado, con corbata incluida, que va buscar las
dosis para su hija, o la de aquella chica rusa que víctima
de una crisis de manía persecutoria, atravesó limpiamente
la Ronda del Litoral, y se topó con un coche para morir
atropellada. O la de la madre que reconoció a su hijo por
la televisión, llegó desde León, cuando estaba
en pleno mono de abstinencia, le ayudo todo lo que pudo, pero
a los pocos días de partir ella, murió de sobredosis.
Pero eso, ¿a quien le importa?. Son eso, historias, simples
historias, pertenecientes a un desprestigiado subgénero
periodístico conocido como de “interés humano”,
que no interesa a nadie salvo que suceda en países lejanos,
protagonizado por seres exóticos, y retransmitido por la
pantalla del televisor a la hora de la cena. Hoy, por primera
vez, he puesto el pie en el suelo, he pisado Can Tunis, Sergi,
el fotógrafo dice que más vale pisar la tierra,
que la moqueta de los despachos. Sin duda alguna es todavía
joven.
Mi encomiable misión, una tarea sin duda alguna ardua,
para la cual no sé sí estoy suficientemente preparado,
consiste en repartir vasos de plástico, en la que puedan
beber el agua, que traemos en dos bidones, y proporcionarle papel
con que secarse las heridas. Sucede una cosa sensacional, que
me deja petrificado, es que la práctica totalidad de los
llamados usuarios, piden las cosas por favor, y dan las gracias
acto seguido, es realmente sorprendente casi tanto como que alguien
les escuche sus inacabables narraciones, sus peripecias, que en
ocasiones ponen la piel de gallina, producen escalofríos.
Llega una señora entrada en años, con la jeringuilla
colgando del brazo, y se deshace en excusa, por venir de esta
forma, mientras se aleja. Tengo que apoyarme en la furgoneta para
rehacerme del trance
Esta por ejemplo Merche, delante de mío, regordeta. Tiene
25 años, se inyecta desde hace tres meses. Busca ayuda.
“Sí yo me salgo, quizá podré ayudar
a que mi pareja se salga. No puedo más, no puedo más...”,
solloza mientras fuma, con unas lágrimas que son como lamparones.
Contrajo el Sida por una relación sexual de la que quedó
embarazada y abortó. Ha ejercido esporádicamente
la prostitución. Tiene un hijo de ocho años, pero
le quitaron la custodia y está en un centro de la Generalitat.
Desde entonces sufre una depresión, se pasa el día
llorando. Se toma cinco o seis Tranquimacines por jornada. Queda
para ir al dispensario de “Médicos sin fronteras”.
Pero nunca acudió.
Esta este otro caballero, alto y bien trajeado, que nos pide dinero
para acudir a una pensión. Pero dinero, precisamente dinero,
es lo único que no llevamos. Estaba en un centro de rehabilitación
en Zaragoza y le echaron porque dijo que “antes de irme
haré daño a alguien”. Una tontería,
una verdadera tontería según el mismo reconoce,
pero ahora una gitana le ha fiado una “papelina”.
“¿Dónde voy a ir?, ¿a dónde?.
Conocí a mi madre cuando yo tenía dieciocho años,
ahora está en Mallorca, cumpliendo condena por tráfico
de drogas”.
Y está Pedro, que acaba de salir de la cárcel. Antiguo
legionario se ha pasado un año, por el hurto de una “mariconera”
a un turista alemán. “Es que la vi allá, tan
fácil”, naturalmente le pillaron. En la cárcel
es horroroso. Porque la misma administración que promueve
en TV3, la famosa “Marató”, con el efecto de
recoger fondos en la lucha contra el SIDA, es la misma que se
niega al reparto de jeringuillas entre la población reclusa,
con un elevado número de drogodependientes. Las agujas
para inyectarse son reutilizadas en las cárceles catalanas,
alquiladas entre diez y quince mil pesetas, por cuarenta o más
personas, con el riesgo evidente de contagio.
Pedro nos sigue como un perrito faldero, no quieren que le dejemos
solo. Hasta mediados de Diciembre, estamos en Octubre, no cobrara
el subsidio de desempleo, “¿Hasta entonces de que
vivo, del aire del cielo?”. “Si me meto en un bar
y me tomo cuatro cervezas me sale más caro que venirme
aquí a pincharme”. Seguimos caminando “Hoy
he robado un par de zapatos para poder pincharme. Esta es mi degradación
como persona,...ojalá me hubiera quedado en La Legión,
allí solo se fumaban canutos.” Sufre la habitual
verborrea tras la administración de la dosis. “Hay
hombres que maltratan a las mujeres, claro que los que hay, pero
también hay mujeres que infringen daños a los hombres,
¿no?”. “Esta es mi degradación como
persona –vuelve a repetir por enésima vez- por eso
voy siempre limpio, y aseado, me afeito cada día, para
tratar diferenciarme de los demás. Me lavo cada día
y me afeito, por eso, para repetirme a mí mismo que sí,
que soy una persona”. Le ha pasado de casi todo, como dormir
en la calle y ser robado. “Yo les decía, “¿pero
no veis que no tengo nada, porque duermo en la calle, por gusto?.
Pero acabaron robándole la cartera vacía, con toda
la documento. Pedro está francamente preocupado por las
consecuencias de la guerra de Afagistán. “Ya veremos
que pasa, se van a cortar los suministros, más vigilancia...”.
De Pedro nos rescata Luís, “Yo ya solo espero el
autobús,... el autobús de la muerte”, y suelta
una risotada. “Dos veces fui al hospital..., pero por lo
visto no era la hora. A la tercera va la vencida”.
Está el que acaba de ser padre, que tiene a la madre de
su hijo, también drogodependiente, en el hospital tras
el parto. Al bebé han tenido que suministrarle metadona,
porque tiene el síndrome de abstinencia recién nacido.
Él continua yendo a consumir. Y este otro caballero, que
va buscando de aquí y allá hasta que reúne
el necesario para una dosis. En ocasiones sirve de “conejillo
de indias”, prueba el cargamento, antes de que lo adquieran
los “camellos”, para constatar la calidad de la mercancía
en su propia cuerpo. “Ayer les dije, que esto era una mierda,
que no valía nada”. Ahora está delante mío
preparándose, antes de inyectarse, sale una gota por la
punta de la aguja, la contempla pasmado como quien esta viendo,
la séptima maravilla, del mundo, o la Capilla Sixtima y
exclama: “¡Que belleza!”, y acto seguido le
pasa la lengua, y se relame complacido. No es dulce, y por tanto
no ha sido cortada con Cola-cao, como pasa a menudo. Mientras
se pincha me explica, “Yo lucho porque sea legal, o que
en cualquier caso pase como en Austria, o en Alemania, donde recibes
asistencia inmediata, y no has de hacer colas interminables para
recibir tratamiento. Quiero que mis hijos puedan decir: “Mi
padre fue un yonqui, pero hizo lo que pudo por mejorar la situación...”.
Salgo de paseo con Eugenia. Tengo la misión de llevar una
bolsa de “chutas” nuevas, mientras ella sostiene el
recipiente para recoger la ya utilizadas. Emprendo el recorrido,
el “tour a la ville” con el ánimo encogido.
“Somos un objetivo fácil”, me comenta cuando
estamos en mitad del descampado, un paisaje de aspecto lunar con
algún que otro coche calcinado, basura amontonada, y poney,
sí, si un poney lo han leído bien, paciendo tranquilamente,
atado a un árbol, ni a Buñuel o Dalí les
saldría mejor. En ocasiones, por lo visto, les disparan
balines o les arrojan piedras desde el poblado cercano.
“Hacéis un trabajo magnifico con nosotros, magnifico”.
Mi interlocutor se tambalea de un lado a otro, aunque la verdad
es que yo tiemblo más que él, no de miedo, sino
de pánico. Vistos de lejos debemos formar una pareja curiosa.
Le ha cogido la ya tradicional prosapia que da la coca. “Estoy
con metadona. No tengo anticuerpos, aunque me he pinchado con
“chutas” utilizadas, lo que pasa es que siempre llevaba
una botella con lejía y limpiaba las jeringuillas. Pero
tengo la hepatitis B y C. Sí mi mujer se entera de que
me meto “caballo”, me mata...He tenido quince meses
de cárcel, no tengo trabajo...Esta mañana ha habido
una sobredosis, y yo le he recogido todo lo de valor de chaval,
después me ha dado las gracias, y yo le he dicho: “Hoy
por ti, mañana por mí”. ¿Sabes que
pasa?, que yo me drogo porque me corto hablando, no sé
que decir, “¿tú crees que hay algo para esto?”.
Una fina corriente de sangre, le bajaba por el brazo. Lo juro,
podía haberme puesto a tararear el estribillo de la última
canción de moda, contar ovejitas, o repetir la alineación
del “Dream Team”, pero me puse a rezar el Padre Nuestro,
de forma mecánica, una y otra vez, sin parar, como si fuera
un “tic” nervioso. Los coches permanecían parados
en la Ronda, como cada día a aquella hora, ajenos por completo
a lo que sucedía a escasos metros.
Por entre los matorrales se ven inyectándose, y los niños
del poblado pasan por en medio en bicicleta, como si tal cosa
Eugenia se acerca a los usuarios, a preguntarles si necesitan
alguna cosa. Es como un servicio a domicilio, “in situm”.
Yo me quedo a un metro de distancia, el tiempo parece haberse
detenido, me sudan las manos, la bolsa me resbala, y parece pesar
una tonelada al cabo de un rato. Estoy a punto de sufrir una crisis
de ansiedad, de tirarlo todo, pegar un grito, y salir corriendo....No
puedo más, respiro de forma entrecortada. Estoy agotado,
exhausto como si hubiera recibido una paliza. En el camino de
regreso le pregunto a mi guía “¿Tú
tienes pareja?”. “A mi no aguanta nadie, ¿y
tú tienes pareja?.”, responde ella. Hago un gesto
vago con la mano, “Tienes aspecto de disparar a todo lo
que se mueve”, y acto seguido se hecha a reír. Produce
un estremecimiento oír aquí una risa, como procedente
de un mundo lejano, de un más allá remoto.
Tengo ganas de cogerla entre mis brazos, de abrazarla contra mi
pecho, de besarla una y otra vez, allá en medio....pero
no lo hago. Quizá sí que me lo he creído,
y me pienso que soy como Humpry Bogart y ella es como Caterine
Humprub en la “Reina de Africa”. ¡Menudo sitio
para enamorase!. De regreso a la furgoneta, Carme Tapies, la responsable
del proyecto me dice “El peor día fue cuando una
chica me preguntó, ¿Pero tú, tu que puedes,
porque vienes aquí?. No ves que nos moriremos todos igual,
vengais o no”.
Vuelta a la base. Me entero de que han recogido a Antonia, caminado
sola por el Cinturón de Ronda, dirección a Can Tunis.
Mientras ejercía la prostitución en Montjuich, ha
sido violada, y robada. No tiene nada, ni cinco, pero confía
en que alguien le preste algo. Tratan de convencerla de que acuda
a un dispensario a curarse de las heridas, pero ella prefiere
continuar el camino y la dejan en la parada del autobús.
En ocasiones las chicas, cuando tienen el mono, solicitan el “cinquillo”,
una quinta parte de la dosis, y cambio proceden a efectuar una
felación al donante. Es una practica habitual.
La señora Felisa quiere hablar conmigo. Es una gran noticia,
casi un acontecimiento. La señora Felisa es la máxima
responsable de ABD, otra ONG, que acude todas las mañanas
con su correspondiente furgón a realizar un trabajo semejante
al que realiza “Médicos sin fronteras” por
la tarde. Sin embargo de trata de una ONG, un poco especial, porque
ha ganado un concurso convocado por el Ayuntamiento. La buena
mujer esta preocupada y me cita en su despacho. El motivo de su
angustia es saber lo que voy a escribir, sobre todo me ruega,
casi me implora que no diga ni una palabra de “la carpa”,
un establecimiento por lo visto semi clandestino. Se trata de
una tienda de lona, en cuyo interior, con asistencia sanitaria,
los usuarios proceden a inyectarse. En Madrid, gobernado por la
derecha rancia española, existe en Barranquillas, un poblado
semejante a Can Tunis, una llamada “sala de venopunción”,
la famosa “narcosala”. Aquí en Can Tunis, cuando
se quiso instalar algo parecido se armó la de Dios es Cristo.
Aun recuerdo un programa radiofónico de Josep Cuní,
en que un representante de la asociación de vecinos de
la Zona Franca, se oponía a su instalación aduciendo
que ellos no estaban en contra de los drogadictos, sino simplemente
de los “drogadictos que vienen de fuera”. Me insulto
me llamó nada menos que “intelectual barato”,
le rogué que retirase de inmediato lo de intelectual...lo
de barato era rigurosamente cierto.
El doctor Manuel Amoro Peminger, trabajó en Can Tunis,
y visito Barranquilla, sus conclusiones aparecieron en una carta
en el “Servei d´Informació Col.legial”.
correspondiente al número 100, de septiembre - octubre
del año 2001. Entre otras consideraciones tras estar en
poblado madrileño escribe: “Vaig veure com pot ser
un espai de venopunció en condicions, preparat i recolzat
per l´Administració. Em vaig adonar que és
una necessitat de salut imprescindible en un espai com Can Tnuis.
És una necessitat de salut tan elemental que no desempvolupalr-la
vulnera la més elemental ètica profesional. (...)
M´he sentit frustart cada cop que intentava dur a terme
allò que m´indicava el sentit comú i la meva
experiència. Veia com la gent consumia en condicions d´higiene
deplorables i aquesta queixa no arribava enlloc per manca d´interès
dels responsables de Salut Pública. (...) He pogut veure
amb els meus propis ulls com a la Barcelona del 2004 hi ha ciutadans
que s´ha decidit abandonrar.(...) Es molt tris adonar-se
que hi persones a les quals l´Administració no considera
com a tals. I aquest atemptat als drets mes fonemebtals de l´individu,
aquesta desprotecció premeditada en fa pensar que encara
ens queda un llarg camí, per assolir una societat justa
i democrática”.
Mientras tanto a la señora Felisa, a la buena mujer, le
da miedo que se provoque la “alarma social”, que los
vecinos se revuelvan en contra suya. Hay una cosa sensacional,
extraordinaria. La Generalitat de Catalunya, el departamento de
Sanitat, cedió un autobús nuevo. ¿Saben ustedes
que hizo?. Lo primero, exactamente lo primero fue arrancar la
pegatina, el escudo de la Generalitat de Catalunya. En todas partes
ponen la chapa, pero aquí en Can Tunis hacen precisamente
lo contrario: la quitan.
A la mañana siguiente vamos con Satxa’, un responsable
de ASUT, unas siglas que varían según las épocas,
y que igual significan Asociación Somos Utiles, como Asociación
de Usuarios y ex usuarios de toxicomanías El chico está
por la despenalización de las drogas, por el tratamiento
de los drogadictos como enfermos. Nos lleva en su coche, detrás
nuestro va un equipo de TVE, de Sant Cugat, para realizar un reportaje
de la demolición del poblado gitano, y del traslado de
sus habitantes, es casi una excursión colectiva. Satxa
es un tipo ocurrente, muy vivido, que tiene una pieza de puzzle,
y como casi todos piensa que ya tiene el rompecabezas completo.
“No hay que preocuparse tanto por el calzado, yo he ido
muchas veces en coche y nunca he pinchado”. Es un argumento
definitivo. “Aquí por las noches, es como si vieras
volar al diablo”. Conoce a todo el mundo. “¡Hombre,
cuanto tiempo sin verte!”, le suelta a bocajarro a un caballero.
“Es que he estado en la cárcel. Quince días,
pillé una borrachera y me cargue una cabina de teléfonos.
Me cayeron treinta mil pesetas, pero como no las tenía,
pues... para adentro” Satxa explica que a los drogadictos
“Hay que tratarles con cariño, y en casi todas partes
lo único que hacen es suministrarles tranquilizantes para
que molesten lo menos posible”.
Llegamos al furgón de ABD. Es como una especie de fuerte
del Séptimo de Caballería, entre los indios. Casi
nadie baja al suelo, parecen parapetados tras las vallas. No ha
habido suerte, como hoy hace viento, no han podido plantar la
tienda, la famosa “carpa”, con la llegada del invierno,
eso sí, no podrá instalarse y utilizaran uno de
les viejos furgones. Reparten desayunos, y bocadillos al mediodía,
blandos, fáciles de masticar por los problemas de dentición.
A los usuarios que lo hacen les pagan mil pesetas, también
les dan mil pesetas a los que asisten a una charla informativa
o a los que recogen jeringuillas o amontonan plásticos.
La imagen es como de campos de refugiados en Somalia o en la antigua
Yugoslavia, sin embargo lo más sorprendente de todo, es
que llegan una pareja de bordo de un coche Mercedes con matricula
italiana, y se ponen a la cola para recoger el bocadillo, como
sí tal cosa se lo comen.
Satxa realiza las gestiones pertinentes, hace de introductor de
embajadores, hay que esperar. Por matar el rato salimos a dar
una vuelta. Georgina, la presentadora televisiva es rubia y tiene
veinte pocos años, en apenas media hora se ha fumado más
de medio paquete de cigarrillos, está hecha un manojo de
nervios. Caminamos, y yo la animo “¿Tú no
quieres ser una periodista de verdad?”. No me he sentido
nunca tan gilipollas como diciendo semejante chorrada, No levanta
la vista del suelo, cuando llegamos debajo del puente, palidece,
y le paso un brazo alrededor de los hombros, está temblando.
Solo me dice “gracias”.
Ya se han realizado los tramites oportunos, y a la una vamos a
recoger a Basilio. Es un maestro, un viejo luchador, toda una
vida enterrada aquí. Es la conexión entre la comunidad
gitana y el mundo exterior, aquí se hace lo que dice Basilio,
es una especie de mezcla entre alcalde pedáneo y reencarnación
del Dalai Lama. Mira al grupo de periodistas por encima del hombro,
sobrado. “Vamos a ver, ¿qué querreis?”.
Lleva toda la vida aquí, y se cree en posesión de
la llave, que abre y cierra la espita de la información.
Es profundamente antipático. Pero dice una gran verdad.
“Mientras que los payos expulsan a los drogadictos del mundo,
de su entorno, las familias gitanas en cambio mantienen a sus
hijos en su seno, les ayudan”.
Por fin nos trasladamos al poblado. A un lado estamos los periodistas,
al otro los habitantes. Parece el encuentro de Cristobal Colón
con los indios el día del descubrimiento de América.
Son unos gitanos bajitos, cegijuntos, morenos hasta el tétano,
con una tonalidad aceitosa en la piel, y los ojos vivaces. Son
con la replica exacta de Pancho Villa pero en pequeñitos.
Nadie se mueve. Tengo un pronto, y me pongo a dar la mano a todo
los reunidos, y a preguntar como esta la señora, y que
tal los niños. Parezco un político en campaña
electoral. Presumo de hombre con experiencia, y de saber ir por
el mundo. Al poco rato dejamos la calle, y entramos dentro.
Es como un pueblo de pescadores del sur, con sus tonos pastel
en las paredes, sus mesas debajo de un cañizo, mientras
unos cuantos juegan al parchís, y los usuarios van y vienen
entre los perros y los niños que les miran con evidente
cara de asco. Son dos mundos distintos, dos líneas paralelas,
que coexisten pero que no se mezclan, que jamas se juntan. Nadie
se inmuta. Basilio, recrimina a unos mozalbetes que no continuaran
en la escuela, y estos lucen los distintivos de la marca de penda
deportiva Nike, pero no en las camisetas, ni en los chandals,
sino como joyas, como collares de oro. Quien más y quien
menos va enjoyado hasta en los entresijos del alma.
El Ayuntamiento se ha vendido tan ricamente el espacio que ocupan
sus casas, al puerto para que este haga la ampliación de
un aparcamiento de los containers y a cambio les ofrece ocho millones
a cada una de las ciento y pico familias. Nos enseñan una
vivienda, está resplandeciente, más limpia que los
chorros del agua, es casi como un duplex, una cosa impresionante.
“¿Dónde voy a encontrar una cosa igual, por
ocho millones, en donde?”. Las cámaras de televisión
recogen las declaraciones de Basilio y de los gitanos.
“A ver si haceis algo por nosotros”, me dicen un gitano
de pelo rizado, y mirada brillante, “Aquí hay buenos
y malos, pero no todos somos malos. Porque haya alguna manzana
podrida, no quiere decir que todo el saco lo esté. Aquí
somos más limpios que en muchas partes, ¿porque
nosotros no podemos ir a vivir a cualquier sitio?, ¿porqué,
porque somos gitanos?”. Cuando le explico que mi abuela
era gitana, responde: “Es lo mejor que te podía haber
pasado en tu vida ”.No tengo muchas dudas al respecto. “¿Ves
este chaval?, este chaval –su hijo- juega en el Barça.
Si señor en el Barça C y es de Can Tunis, ¿qué
pasa si llega a ser una figura?, pues que será una estrella
del Barça nacido en Can Tnuis. El chico baja la mirada
con disimulo, y yo le deseo toda la suerte del mundo.
Días después de nuestra visita se produjo la ocupación
de una de las casas abandonadas por parte de un grupo de usuarios,
es de decir de toxicómanos. El resultado de la invasión
no se hizo esperar. “Esto es lo que nos faltaba. No sólo
hay que aguantar a los yonquis deambulando a todas horas delante
de nuestras casas. Ahora los tenemos durmiendo, aquí como
vecinos. Esto no se puede aguantar. Les dejan ocupar las casas
para que nos larguemos asqueados”. Quien habla es el señor
Francisco Pérez, alias Kiki, monitor de la escuela de primaria
de Avialar Chavorro. Las declaraciones las recogió “El
Periódico”, del día el titular del diario,
señalaba que “Grupos de toxicómanos ocupan
las viviendas desalojadas de Can Tunis”. Los subtitulares
rezaban “El incendio de una de las casas asaltadas por drogaditctos
ha crispado el ánimo del vecindario. Los afectados por
expropiaciones amenazan con cortar la ronda si no les dan pisos
de protección”. Por su parte “El País”,
titulaba un breve “Incendio en un a vivienda de Can Tunis”.
Solo leyendo las reseñas uno podía enterarse que
se habían producido tres heridos en el incendio, algo así
como cuando se cae un avión en lugar de dar la noticia
de los muertos en el accidente en titular, se lamentase la irreparable
perdida de un aparato Boeing 727.
Aquí la policía no entra casi nunca, pero sin embargo
hubo una excepción clamorosa. Los explica la Federación
Catalana de Palomos Deportivos, en su página web, bajo
el original título de “Can Tunis. Ciudad sin ley”.
“Desde el pasado mes de Octubre, se han ido sucediendo una
serie de robos de Palomos Deportivos, efectuados en centros de
entrenamiento y en propiedades particulares de socios federados
y pertenecientes a diversos Clubs de columbicultura, en varias
poblaciones cercanas a la capital barcelonesa. En total hay más
de 30 robos denunciados en las comisarias locales correspondientes
y sobre unos 1.000 ejemplares sustraidos y valorados en unos 50.000.0000
ptas. (...) Se teme que los autores de los robos, utilicen nuestros
palomos para acciones perversas y lucrativas Se sospecha que los
autores de los robos, los venden para entrenar gallos de pelea,
los cuales los destrozan sin compasión, o incluso se piensa
que están utilizados como contenedores de sustancias (...)
El pasado día 14 de noviembre, fuerzas especiales de la
Policía nacional y judicial, mediante orden de registro
en algunas viviendas del barrio de Avillar Chamorro, en Can Tunis,
fueron recuperados con vida 53 ejemplares, algunos de ellos, hallados
en estado crítico de deshidratación, por lo cual
se teme que perezcan de forma inevitable en pocos días.
Durante la operación, se hallaron una gran cantidad de
palomos muertos, que habían sido abatidos a tiros por los
autores de los robos. Los cuerpos de estos palomos yacen en los
tejados del barrio, en estado de descomposición. Tal y
como comprobaron los agentes policiales”.
Pero aquel día volvimos al camión de A BD. Hoy ha
sido un día tranquilo, han llevado a una usuaria a abortar
al hospital. Ejerce la prostitución, y los clientes le
reclaman hacer el acto sexual sin preservativo. Ha sido un día
tranquilo porque una de los clanes familiares dedicados a la venta
de drogas ha asistido a un entierro, hoy apenas ha habido suministro.
Estamos en la parada de la Ramblas, delante de Canaletas, estamos
Sergi, yo y un usuario. Llega el autobús nº 38, pero
no se detiene, nos ha visto, ¡claro que nos ha visto!, pero
ha pasado de largo y de nosotros. Saltamos los tres a un taxi,
y emprendemos la persecución del autobús, Ramblas
abajo. Es inútil pretender que el taxista nos lleve a Cam
Tunis, porque los taxis de Barcelona, van a casi todas partes,
menos a una, precisamente a esta a Can Tunis. Saltamos a tiempo
del taxi, y nos abalanzamos sobre el autobús al final de
las Ramblas. El usuario quiere pagar su parte proporcional del
taxi, pero le invitamos. La visión sobrecoge el animo.
Es como un autobús del sur de los Estados Unidos, en plena
época de la descriminación racial. En la parte delantera
van las personas digamos que normales, los que han pagado billete,
donde irían los blancos. Detrás los usuarios, y
nosotros con ellos, a quien la compañía tiene la
gentileza de no cobrarles el billete, es todo un detalle. En medio
separando ambos mundo, están los guardias de seguridad,
con su aspecto inevitable de skin heads, pelo raspado, gafas de
sol aunque llueva. Es lo más parecido que he visto en mi
vida, a los vagones de tren en que se transportaban a los deportados
hacia los campos de exterminio en la Alemania nazi. Hay un olor
penetrante a humanidad, un aroma poco embriagador que lo invade
todo, que impregna hasta el cabello y la ropa, igual que si hubieran
fumado en un recinto cerrado. Están allá sentados,
apenas hablan entre ellos, mirando fijamente hacia el frente,
seguros de encontrar su destino. Ajenos al paisaje que transcurre
junto a ellos, y el azul imperioso del mar Mediterráneo.
Tienen una cita con la muerte, mientras los pasajeros de la parte
delantera, no giran nunca la cabeza. Los “guardias de seguridad”
proceden a su recuento, a nuestro recuento, como sí fuéramos
cabezas de ganado y apuntan en un papel el resultado. El viaje
ha acabado.
El comité de recepción, de bienvenida está
formado por miembros de la Policía Nacional, en traje de
faena, el despliegue de efectivos es impresionante, en moto, a
pie, a caballo, en coches patrulla o en vehículos camuflados.
En ocasiones, incluso realizan el trabajo previo, en las propias
paradas del autobús. Es como cazar moscas en un panal de
rica miel, cuando llega el autobús, todo el mundo sale
corriendo, tratando de evitar el encuentro con los agentes, la
cacería, son como hormigas, queriendo zafarse de prisa,
como animales cogidos en una trampa. Es muy sencillo. Se forma
una tupida red, y se va seleccionado, más tarde ó
más temprano todo pasaremos por este control, esta frontera
infranqueable, esa aduana. Hay que enseñar la documentación,
sobre todo por la cosa de las órdenes de búsqueda
y captura, o la falta de permisos de residencia. Después
hay que abrir las bolsas, vaciar los bolsillos y poner las manos
sobre el coche patrulla. Sobre todo buscan los objetos robados,
fácilmente intercambiables por papelinas, o las armas.
Las fuerzas del orden, van merodeando por todas partes, pero nunca
se meten en el poblado gitano, ¡vaya casualidad!. Hay una
especie de pacto no escrito, según el cual no se acercan
a los furgones de las ONGs, pero ello no ha evitado que en más
de una ocasión se les hayan cruzado los cables e incluso
hayan pedido la documentación a los propios voluntarios.
No es frecuente, pero en ocasiones se escapa alguna hostia, en
estas circunstancias, las consecuencias pueden ser inerranables.
Hay un olor a túnel, casi un sabor. Se mete dentro, como
el frío en el estómago, es como lamer un cenicero,
tienes algo en el cuerpo que te pesa, mientras ves aquel ajugero
que se pierde en la mirada, por entre dos vías que son
como dos líneas plateadas sin fin. Es un paisaje tétrico,
da miedo solo mirarlo, recorrido de vez en cuando algún
convoy inacabable de mercancías, que parece haberse perdido
por aquella vía muerta, con un traqueteo monótono,
igual que una caja de música estropeada. Hasta allá
nos ha llevado Manuel, un chico portugés, para que veamos
como fuma heorina marrón. Hay un recodo, una cueva repleta
de porquería, pero provista de una silla. Allá nos
explica que lleva cinco años consumiendo, que trabajaba
en Berga poniendo postes para la telefónica, y que vive
en Torre Baró, con “su vieja”. Es una relación
sucinta, mientras extrae el papel de plata, y una y otra vez lo
alisa, para preparar el rulo. Sergi va haciendo las fotos,
Manuel continua con gestos mecánicos, pero precisos construyendo
su artilugio. Vive de trapichear con hachis para los turistas
en la Plaza Cataluña. Es como tantos pequeños camellos,
a la vez un consumidor, se saca cinco mil pesetas al día.
Extrae la heroína de un calcetín, envuelta en una
hoja de color verde botella. Coloca la dosis sobre un papel de
plata, y con la ayuda de un mechero la quema por debajo, mientras
empieza a inhalar el humo que desprende. La heroína va
cambiando de color y adquiere un tono cada vez más oscuros,
convirtiéndose en una materia viscosa que recorre el papel,
volviéndose cada vez más pequeña, y dejando
tras de sí, un reguero. Los gestos de Manuel cada vez se
hacen más pesados, y el semblante se vuelve más
pálido, mientras entorna los ojos. Sergi continua fotografiando,
disparando la cámara. ¿De que coño estará
echo este chico?, hasta que le noto a él también
más blanco que de costumbre. Nuestro objetivo continua
inhalando, y explica que lleva cinco años enganchado, y
que produce una gran relajación, sopor y sueño.
Se ha acabado la sesión fotográfica y yo me adelanto
caminando por la vía, con el sol de cara.
Delante mío esta la policía. Es un caballero con
el pelo rapado y perrilla, parece haberse escapado de una película
de Kun Fú. Me pide la documentación, mientras me
pregunta si llevo droga o armas. En estas que aprecio el grosor
de mi abdomen cervezero y apunto está de escapárseme
la risa, solo con pensar que alguien pueda sospechar que presento
un aspecto aguerrido.
“¿Qué es esto que lleva en la mano, una navaja?”,
inquiere el señor agente. “Un rotulador”, le
respondo. ¿”Un rotulador?”, requiere de nuevo
el representante de la ley. “Un rotulador marca Montblanch”,
afirmó como queriendo dar más credibilidad a mis
palabras, con el nombre de la marca. Coge el utensilio entre sus
manos, lo desmonta con sumo cuidado, como si fuera una trampa,
y comprueba que dentro solo hay la carga de tints. Me lo devuelve
con la desilusión tiñiéndole el semblante.
Blande el DNI en la mano, mientras aparece un compañero
suyo. Le explico que soy periodista, y le enseño la credencial.
A Sergi y a Manuel también les han parado. El agente contrasta
ambos carnets. “¿Qué están haciendo
aquí?”. “Un reportaje”. Una señorita
rubia teñida con aspecto de Barbie, colega de mi interlocutor,
que resopla tras haber ascendido con esfuerzo el terraplén
de la vía me dice: “Vaya sitio para hacer un reportaje”.
La mirada que le dirijo la hace volverse hacia otro lado. “¿Qué
tipo de reportaje?”, inquiere mi interlocutor. “Un
reportaje”, respondo sin demasiadas ganas. “Este es
un sitio peligroso, váyase con mucho cuidado”. Solo
atino a contestarle “Pero esto también es Barcelona,
¿no?”. Me fustiga con la vista.
El doctor Torralba tiene la amabilidad de recibirme en su despacho
de la Plaza Lesseps. Es el responsable municipal del plan contra
las drogas, un perfecto funcionario socialista, cuyo lema y divisa
es “hago lo que puedo”. Me recibe de uñas,
y yo para allanar el camino repleto de dificultades le enseño
las fotografía que pensamos publicar, es una forma como
otra cualquiera de iniciar una amistad. Hace ver que no se inmuta,
pero un leve temblequeo del labio superior le delata. Es el vivo
retrato de “Quico el progre”, barba incluida. Se explica
perfectamente, es como hablar con una pared de frontón,
tiene la lección bien aprendida no en vano su despacho
esta dentro de una habitación más amplia en cuya
puerta reza el título de “Imatge i comunciació”,
una cosa rimbombante y en buena medida sorprendente para un sitio
como este. Rebate todos y cada uno de mis argumentos, como quien
sabe de memoria las preguntas y las respuestas correctas del catecismo.
Tan solo me acepta que sí, que efectivamente están
en unas condiciones horrorosas, pero que gracias a él,
no están peor. Un verdadero consuelo, si no hay agua no
es culpa suya, y él en cambio la lleva en bidones; sí
hace frío no es culpa suya que cierren los albergues él
en cambio les lleva mantas térmicas. Sus programas con
metadona llegan a más de dos mil personas, y mordeduras
de ratas, que él sepa tan solo han habido dos casos. El
tiene ochenta millones para Can Tunis, y en Madrid para la sala
de venopunción tienen 500. No hay demoras, ni listas de
esperas en los centros de rehabilitación, aunque eso si
reconoce que el servicio del Hospital del Mar –que por cierto
no depende de él- estuvo este verano pasado cerrado tres
meses por vacaciones y por obras. Que vuelva cuando quiera, pero
que publicar estas cosas, solo puede provocar que los vecinos
se reboten, - los vecinos eso sí, reconocen que están
a más de un kilómetro y medio-, y si cortan el tráfico
como ya ha pasado otras veces, no podrá hacer nada más.
La prensa ya se sabe, pone el titular para vender más,
aunque dentro se digan las cosas bien, queda el titular.
Esta a mi disposición para lo que haga falta. El contrato
con ABD es solo por seis meses, porque claro son dineros de tres
administraciones distintas, porque además no es una competencia
municipal, porque además la presión del mercado
ha cambiado y por eso ha aumentado el consumo de cocaína
y ha disminuido el de heroína, y aunque yo no entiendo
nada, ni papa, insiste una y otra vez que esta a mi disposición,
que en can Tunis se atiende a usuarios que no son de Barcleona
término municipal, y “que nos los tenemos que comer”,
que el autobús sin chapa de la Generalitat, es un autobús
que repartía metadona y fue incendiado en La Mina, y que
de chapas ni hablar, que no hay que apuntarse tantos por esas
cosas, que cuando quiera saber algo más....No se quien
está más contento, si él de librarse de mí,
o yo de él y poder respirar por fin un poco de aire. En
la calle pienso que el cinismo es la peor de las drogas.
Susan han muerto. Fue la primera persona con la cual hablé
allá distendiamente, de tú a tú. Fue tras
el 11 de Septiembre. “Yo a los americanos les tengo miedo,
son capaces de cualquier cosa. Ellos pensaban que estaban a salvo
y ahora se han dado cuenta de su impotencia, puede ser terrible,
terrible....”. Lo sabia, bien por propia experiencia, no
en vano ella era americana y lo explicaba con la misma voz que
utiliza Stanley Laurel, en las películas de “El Gordo
y el Flaco”, un castellano gansoso, que se recreaba en las
cavidades nasales, y acababa por tener unas resonancias casi cómicas,
como si hablara en falsete. Tenia todavía rasgos de belleza,
aunque yo asistí en primera línea a su ultimo irreparable
deterioro, y poseía la distinción natural de las
ladys, que han aprendido a tomar el té con limón
y a leer libros buenos desde pequeñitas. Era una más,
pero no era un cualquiera, tenía clase, una clase innata,
que destacaba incluso en medio de aquel estercolero y aquellos
desechos humanos, irradiaba algo, una fuerza interior. Al hablar
una vez y otra con ella, hice un gran descubrimiento. Los drogaditcos,
no son tontos, todo lo contrario suelen personas sensibles, muy
inteligentes. El hallazgo me produjo grandes controversias. “¿Cómo
pueden ser inteligentes personas que se autodestruyen?”,
solían responder mis interlocutores. Susan era la respuesta,
pero eso pocos, muy pocos lo sabían.
Era una antigua modelo, ex hyppy, veterana de Vietnam, se dedicaba
a pasar compatriotas suyos de contrabando a Canada, para evitar
ir a aquella guerra, y sin embargo, por paradojas de la vida,
se enganchó precisamente con la heroína que traían
los combatientes de vuelta a casa. Huyó de los Estados
Unidos, casándose con un catalán y recalando en
Barcelona. Tenía su genio, claro que sí, y sufría
una verdadera paronia en forma de manía persecutoria. “No
hables nunca de mí, por favor, no lo hagas nunca, porque
los yonkis ricos, no me pueden ver”. Explicaba peleas con
casi todo el mundo, incluso que “me mordieron y me pasaron
los anticuerpos del SIDA”, pero era entrañable. Sergi
fotografió su última sobredosis, y a los pocos días
supimos había muerto en el Hospital del Mar. Ha durado
muchísimo, para la larga trayectoria que llegaba En casa,
mientras escribía un articulo sobre ella para “La
Vanguardia”, me puse a llorar. Hable por teléfono
con Eugenia, y me pregunta “¿Por qué lloras?”,
está chica tiene el don de hacer siempre la pregunta inadecuada,
en el momento más inoportuno, pero estoy loco por ella.
Era una hija de su madre –por cierto una periodista de Nueva
York con cien años cumplidos- pero la vamos a encontrar
a faltar. Solo pude darle gracias a Dios por haberla conocida.
Ella ha sido la ultima, pero desde luego no será la última.
A los pocos días fuimos con Sergi al SAPS, un centro de
la Cruz Roja, abierto de las 10 de la noche a las 6 de la semana,
y que atiende a la población drogodependiente, pero también
a las prostitutas del Raval. Habíamos quedado con Miguel
Sierra, el responsable, pero llegamos tarde y ya se había
marchado. Alguien me preguntó si había escrito el
artículo sobre Susan, le dije que sí, que había
sido yo. Me felicitó y dijo “Me ha gustado mucho”.
Tuve una de mis típicas reacciones de tímido recalcitrante
y le respondí “A mí tampoco”. No entendió
nada.
Localizaron al señor Sierra, por teléfono, y este
me explicó que yo podía hablar con quien quisiese,
pero que solo podía utilizar a efectos de publicación
aquello que él me dijese, porque él era la única
fuente autorizada, quedamos para vernos al dia siguiente. A la
salida unos caballeros se estaban pinchando en la escalera y muy
amables nos dijeron, “Pasen, por favor pasen” No nos
vimos con el señor Sierra, hablamos por teléfono.
Me cagé en la madre que le parió, le dije de todo.
¿Quién era él para decirme lo que yo debía
o no publicar?. Respondió que él guardaba la intimidad
de los usuarios de su servicio, como sí acaso yo pretendiera
publicar la historia clínica de alguien, y que además
lo único que yo quería era beneficiarme del dolor
de los demás. Podía haberle estrangulado tranquilamente
de tenerle delante de mío.
Tampoco ha sido una muerte inútil, porque aunque Can Tunis
desaparecerá físicamente, Dios mediante, aunque
no quede ni un solo vestigios, ni piedra sobre piedra, el problema
cambiara de barrio, de emplazamiento, no desaparecerá,
por supuesto, pero el recuerdo de la inculcación sistemática
de los más elementales derechos humanos que aquí
se han producido, en medio de un silencio atroz clamoroso, perdura,
para siempre, para nuestro oprobio y vergüenza, en el recuerdo
de la ciudad. Es profecía. Susan: no te olvidaré
nunca. Va por ti.
Texto: Manuel Trallero
El fin de Can Tunis aumentó el tráfico de drogas en el barrio
El Periódico de Catalunya, 4 diciembre 2008
El pinar que rodea la zona siniestrada sirve de cobijo a los heroinómanos
Traficantes de la zona alertados por la deflagración arrojaron cocaína por la ventana
Un viejo activista civil de Gavà, con la emoción vencida por la impotencia, confesaba ayer tarde --entre visita y visita a sus amigos hospitalizados-- que quizás esta tragedia ponga por fin al barrio de Ca n'Espinós en la lista de prioridades de las administraciones.
El conflicto viene de lejos. Pero la demolición de Can Tunis, hace ya cuatro años, provocó una dispersión de los camellos de la heroína y de la población creciente de toxicómanos, que encontraron en los pinares de la sierra del Garraf que protegen al barrio de Ca n'Espinós, un buen lugar en el que instalarse.
CUEVAS NATURALES
Conocido popularmente como la masia por el histórico edificio del mismo nombre que el barrio que le dio origen, la zona de su entorno tiene una sucesión de cuevas naturales junto a un riachuelo que siempre baja seco. En ellas han creado su hogar un grupo de heroinómanos deteriorados por el consumo, que se separa poco de sus suministradores. Dos veces a la semana la asociación Àmbit Prevenció aparca una de sus furgonetas de asistencia para hacer intercambio de jeringuillas y atenuar los daños en el colectivo de toxicómanos.
La presencia de la droga en Ca n'Espinós es tan real que tras la deflagración, los Mossos encontraron 190 gramos de cocaína, 90 gramos de sustancia para el corte --sirve para adulterar la droga e incrementar su peso-- y 200 gramos de hachís. La droga voló desde alguna ventana tras el siniestro y los agentes la encontraron sin dueño en la calle. Con certeza hubo quien confundió el ruido de la deflagración con el sonido de los subfusiles de los Mossos cuando derriban puertas para hacer redadas. Otros tuvieron tiempo de esconderla a buen recaudo en los primeros minutos de confusión.
Cuando los Mossos d'Esquadra se desplegaron en Gavà, ahora hace un año, los vecinos de Ca n'Espinós les pidieron que cortaran el flujo de toxicómanos. A diferencia de Can Tunis, adonde los heroinómanos accedían discretamente en el único autobús que los trasladaba directamente al supermercado de la droga, a Gavà la mayoría llegan en tren o en autobús, y algunos inician una procesión por el centro de la población hasta la masia. Un desfile que provocó quejas vecinales y que forzó a la policía autonómica a montar controles intermitentes en la carretera principal de acceso al barrio para disuadir a los compradores.
REBELIÓN DE LOS GITANOS
Pero eso no ha sido más que una tenue tirita en una herida que hace demasiado tiempo que sangra. Durante un tiempo, un grupo de familias gitanas asentadas en el barrio realizó un tímido intento de revelarse contra los traficantes. "Nos ahogamos. Y lo peor no es que no podamos respirar. Lo peor es que estamos condenando a nuestros hijos a no tener más salida que el tráfico o el consumo de drogas", comentó hace pocos meses uno de esos gitanos a este diario.
Aquel intento quedó ahogado por las amenazas de los traficantes y por las promesas incumplidas de la administración local que prometió soluciones urgentes. Entre el paquete de paños urgentes para calmar la herida estaba la decisión de levantar la futura comisaría de los Mossos de Gavà en el cercano barrio de Les Ferreres, que antaño también sufrió el azote de la droga. El nuevo equipamiento policial está en obras y no está previsto inagurarlo antes de finales del 2009.
Pero la proximidad policial no resolverá los conflictos que sufren los vecinos de Ca n'Espinós "Hay que arremangarse, tener la dignidad de reconocer que existe un problema y tener la voluntad de solucionarlo. Nadie ha dicho que sea fácil. Pero nos merecemos que, como mínimo, lo intenten", resume un vecino.
Vuelo sin motor
SERGI PÀMIES 18/01/2004 (PUBLICADO EN EL DIARI DIARIO EL PAIS)
En la miniciudad de la enseñanza en que se ha convertido la Escuela Industrial de la calle Urgell de Barcelona está el Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña. La sala de exposiciones del sótano presenta una exhibición del trabajo de Sergi Reboredo Manzanares titulada La magia blanca del 'speedball' en Barcelona. Por el título podría parecer el anuncio de una rave, pero no. Las fotos resumen la realidad de los heroinómanos que pinchan bajo el tristemente famoso puente de la Ronda Litoral, en Can Tunis. El material formará parte de un libro, con texto de Manuel Trallero. A través de la ONG que se encarga de intercambiar jeringuillas limpias para usadas, Reboredo accedió a este territorio de desamparo. Con según qué drogas, pasa como con los ríos. Se empieza con un inocente arroyo, luego el río aumenta su caudal y comienza a arrastrar impurezas, sin que el consumidor consiga siempre nadar y guardar la ropa. Más tarde, la corriente lo lleva a afluentes insospechados y, finalmente, después de meandros o cataratas, desemboca en un delta fangoso o, en según qué casos, terminal.
Can Tunis es el último delta. En las fotografías de Reboredo hay cuellos, manos y brazos acribillados. El blanco y negro refuerza los contrastes y la mirada naturalista no cae en la demagogia visual. Retratar esta clase de realidad es difícil: puede parecer que te aprovechas del dolor ajeno o que, a cambio de poner, los yonquis te exijan que los pagues la dosis. En este sentido, el trabajo de Reboredo es de un verismo inapelable, fruto, me cuenta, de muchas horas de aproximación y confianza. En una de las fotos, deliberadamente movida, aparece una mujer mayor, llorando, fuera de sí, sujetada por dos hombres que intentan llevar de allí. Hipótesis: fue a buscar a su hijo y no lo encontró. O peor aún: lo encontró. Hay ratas muertas sobre camas de jeringas y miradas intoxicadas por el hábito que intentan mantener cierta dignidad. Muchas veces, los consumidores de este tipo de drogas comparan su primera experiencia con la de volar sin necesidad de subir a un avión. En Can Tunis, los aviones se han estrellado y los pasajeros agonizan.
Estas fotos podrían ilustrar muchos textos sobre las consecuencias de la droga. La obsesión de la que habla Lee Stringer, en Grand Central Winter: "Metadona para el desayuno. Crack para comer. Pico para cenar". La dependencia sobre la que escribe Ann Marlowe en Cómo detener el tiempo: "Lo que más me disgustaba de mi progresión hacia la adicción era que cada vez hubiera menos momentos en mi vida que no estuvieran relacionados con la heroína" . La lucidez autodestructiva con la que Sabino Méndez habla del asunto en Corre, rockero: "El problema, el verdadero problema de las drogas en nuestro siglo de pretensiones humanas exageradas y decepcionantes es, sencillamente, que están demasiado ricas". La autocrítica de Charles Duchaussois, en Flash: "El drama de los drogadictos cuando dejan de drogarse: el recuerdo de su calvario borra rápidamente, el recuerdo de sus placeres exacerba cada vez más". Son testigos en primera persona, pero también hay quien se acerca a este mundo con un distanciamiento más literario. Es el caso de Pau Arenós, que en su cuento yonqui (nosotros no éramos suficientemente modernos), también retrata la realidad de Can Tunis: "Hay toxicómanos que nunca salen de aquí, que viven bajo el puente para estar cerca de los camellos. Se pinchan hasta 12 veces al día ". En una de las fotos, aparece uno de ellos, con la jeringa clavada en el brazo y, detrás, una pintada que resulta ser el más impresionante de los pies de foto: "La fuerza está en ti".
Los rostros de Can Tunis (El Periódico de Catalunya)
El libro 'Rastros de rostros en un prado rojo (y negro)' retrata la vida de las personas que habitaron en la falda de Montjuïc durante la república, donde abundaban los carnets de la CNT
Los desahucios y la solidaridad vecinal para intentar impedirlos o para reubicar a las familias una vez expulsadas de sus hogares no se ha inventado en la Barcelona postestallido de la burbuja inmobiliaria. Casi todos los habitantes de las Casas Baratas del Prat Vermell, levantadas en 1929 para la Exposición Universal, se involucraron en una larguísima huelga de alquileres que perduró durante toda la república, «con sus incesantes desahucios y con sus permanentes demostraciones de solidaridad», como se apunta en Rastros de rostros en un prado rojo (y negro). Las Casas Baratas de Can Tunis en la revolución social de los años treinta , (Editorial Virus), libro recién publicado por Pere López Sáchez, que narra la historia de las gentes que habitaron la barriada, históricamente tachada de marginal, pero que presentaba «un caudal de dignidad, afán de cultura y ansias de emancipación que yacía a los pies de Montjuïc», que López Sánchez se ha encargado de rescatar y reivindicar.
Protagonistas del montón
En sus más de 400 páginas, el autor propone, según explica Tomás Ibáñez en el prólogo, con el sugerente título La muerte nunca vence a la primera , «glosar la gesta de quienes fueron protagonistas del montón de aquella revolución», en el barrio en el que en la casa en la que no había un carnet de la CNT era porque había dos. «Protagonista del montón» como Lucio José Gómez Araniz, años más tarde exiliado y cuyo nombre aparece en la lista de 276 «individuos clasificados como anarquistas peligrosos» que la Dirección de la Seguridad de la Policía francesa declaró «extranjeros a vigilar estrechamente», o Andrés Navarro, el Alfalfa, militante del Sindicato de la Madera de la CNT, alistado como miliciano en la Columna de Durrruti, de la que desertó, quien participó en los combates de mayo de 1937 y fue enviado a un batallón disciplinario.
«¡Esto podría ser Mónaco o Montecarlo!». Esta realista y cruda declaración abre el recorrido de testimonios que encaja López Sánchez. «Pronto de aquello no quedará nada, por más que pretendan empeñarse en recuperar los nombres viejos: ¿Prat Vermell?, ¿Marina?, Pero... ¿qué prados? ¿Qué marina? Mejore que lo dejaran en Zona Franca. ¿Que suena feo? ¿Que tiene poca chispa? ¿Que es demasiado gris o poco verde?...», prosigue, crítica, esa misma voz en el mismo capítulo.
Rastros de rostros en un prado rojo (y negro) relata así a través de entrevistas fruto un tenaz trabajo de investigación, cómo aquellas gentes desalojadas para no mancillar la imagen de la ciudad para la Expo «pronto se aunaron para que aquel recóndito e inhóspito rincón fuera suyo». La historia de unas gentes que «lucharon y apostaron por un mundo mejor». Su legado fue el Ateneo Cultura de Defensa Obrera, la larga huelga de alquileres, las otras muchas luchas en la fábrica del Prat Vermell, en las Arenas, en la Alena, y en muchas otras.
La obra de López Sánchez, especialista en «las Barcelonas rebeldes» incluye también un emotivo álbum fotográfico de la época.
Can Tunis, droga y arbustos
Al descampado de Zona Franca sólo van toxicómanos errantes y voluntarios de organizaciones humanitarias. El Pais 28/03/2000
Los primeros 15 minutos en el barrio de Can Tunis, junto a la Zona Franca, son desoladores. A un lado, la ronda Litoral; al otro, un grupo de chabolas en las que viven familias gitanas a la espera de ser realojadas en diversos puntos de la ciudad en los próximos dos años. Y en el centro, un descampado de tierra con algunos arbustos, detrás de los cuales algunos toxicómanos atrapados por el mono calman su desesperación inyectándose una dosis.A las tres de la tarde, como todos los días de lunes a viernes, una furgoneta de Médicos sin Fronteras aparca en el descampado y abre sus puertas. Cuatro voluntarios se encargan de suministrar a los drogadictos bolsitas esterilizadas que contienen una jeringuilla, una botellita de agua y unas toallitas de alcohol para evitar infecciones al pincharse. También les dan un condón. La parte trasera del vehículo se utiliza para curar las heridas causadas por punciones en las venas mal hechas, y para informar, a quienes lo pidan, de los servicios médicos, sociales y de desintoxicación que hay en la ciudad.
A medida que avanza la tarde, Can Tunis pierde su aspecto tenebroso y algunos toxicómanos se van acercando a la furgoneta. Unos conversan con los voluntarios, que ya les conocen, otros van a la enfermería a curarse y otros acuden a pedir información para dejar la droga. Se respira un ambiente tranquilo, nada agresivo: "Nunca hemos tenido ningún problema con ellos", dice Isabel, una de las voluntarias. Por el fondo aparece un hombre tambaleante, camina lentamente, arrastrando los pies. Se dirige a Isabel y le explica que se fue a inscribir al programa de metadona que le recomendó, pero que hasta la semana próxima no empieza: "¿Y qué hago yo hasta el miércoles?", le pregunta, desconsolado. Explica que lleva desde los 14 años en el mundo de las drogas, que consiguió dejarlo durante nueve meses gracias a un tratamiento con metadona pero volvió a caer. "¿Por qué?". "Esa misma pregunta me la he hecho yo miles de veces".
Jordi, un simpático catalán de 29 años, también quiere desengancharse. Explica que empezó fumando porros, pero que un día, cuando tenía 20 años, salió de marcha con unos amigos y para aguantar más esnifaron una raya de heroína: "Y me enganché. Estuve enganchado durante cinco años. Después me fui a una granja de desintoxicación y salí nuevo. Hacíamos talleres, aprendí a montar a caballo... ¡Lo dejé del todo! Pero después de tres años, para celebrar mi cumpleaños, me metí una raya pensando que no pasaría nada y a los tres días volví. De eso hace un año y medio. Sólo vengo los viernes y los sábados, y gracias que tengo un trabajo que me mantiene ocupado". Jordi quiere dejarlo y reconoce que los voluntarios de Médicos sin Fronteras les ayudan mucho, aunque añade: "Para salir de las drogas sólo hace falta una cosa: voluntad. Lo que pasa es que hay algunos que están tan deprimidos que dicen que sólo quieren morirse. Pero es mentira, son los primeros que quieren vivir".
Isabel explica que hay dos grandes grupos de consumidores de droga en Can Tunis. Por un lado están aquellos que trabajan y acuden a Can Tunis a buscar la droga, se pinchan y se van. Realmente nadie diría que son toxicómanos. El otro grupo lo forman los que viven por y para la droga. La mayoría proviene de entornos desestructurados y vive en la calle o a la intemperie en los terrenos que rodean el barrio, en unas condiciones higiénicas penosas.
La droga de Can Tunis, explica Isabel, es muy mala y no aguanta nada, de manera que los que están muy enganchados necesitan dosis cada cuatro o cinco horas. Algunos de ellos no tienen fuerzas ni para llegar a la furgoneta. Están tirados detrás de los arbustos. Los voluntarios se acercan a ellos, les preguntan si quieren jeringuillas y recogen las usadas para evitar infecciones de sida o de hepatitis, que son las más frecuentes. Consuelo, responsable financiera del proyecto, explica que se trata de un programa de prevención y reducción de daños: "No intentamos forzarlos a que dejen las drogas. Si ellos quieren les derivamos a los centros de asistencia sociosanitaria, pero si no quieren o no pueden, no los vamos a dejar colgados. Si se drogan, al menos que lo hagan con una buena higiene".
Médicos sin Fronteras lleva un año trabajando en Can Tunis. En su opinión, la mejor estrategia para mejorar las condiciones de vida de los toxicómanos es la instalación de un centro de atención sociosanitaria con una sala para la inyección controlada, atención médica, orientación social, apoyo psicológico, comida y programas de desintoxicación.
Sin embargo, tras las quejas de los vecinos de la Zona Franca por la posible instalación de una narcosala (el local para la venopunción controlada) en la zona, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, anunció hace unos días que no se instalará este servicio, sino una instalación móvil, posiblemente un autobús, que ampliará el horario que ahora cubren Médicos sin Fronteras y Àmbit Prevenció, la otra ONG que va a Can Tunis por las mañanas. Son poco más de las cinco de la tarde. Los voluntarios recogen sus cosas y se despiden de Can Tunis. Algunos toxicómanos también se van, otros pasarán la noche allí, perdidos tras los arbustos.
El 'bus de la droga' a Can Tunis deja de circular y da paso a una nueva línea
Del Paral·lel al Prat, pasando por Zona Franca. 20 Minutos. 27/06/2006
La línea 38 de autobús, conocida como el bus de la droga, porque transportaba a los toxicómanos de Can Tunis, hizo ayer su último viaje. Con la desaparición del poblado de chabolas y con la puesta en marcha, a partir de hoy, de la nueva línea 21, el 38 ha pasado a la historia. El nuevo servicio cubrirá ahora el trayecto entre la Avinguda Paral·lel y la estación de Renfe del Prat de Llobregat, pasando por el polígono industrial y logístico de la Zona Franca y siguiendo la Ronda Litoral. El 21 aumenta las prestaciones del 38, por lo que se espera captar nuevos usuarios. El bus conecta con Mercabarna y las industrias de la Zona Franca, donde hay más de 43.000 puestos de trabajo directos. Para los vecinos del Prat, el bus 21 supone un medio de transporte directo al centro de Barcelona, sin pasar por la Gran Via y la Plaça Espanya. Además, la conexión con Renfe permite hacer trasbordo con el servicio de Cercanías o diversas líneas urbanas de bus del Prat de Llobregat. En Barcelona, el recorrido del 21 es corto y directo (www.tmb.net), con origen y final en Paral·lel esquina Fontrodona (conecta con la L2 y L3 de metro y con los buses 20, 24, 36, 57, 61, 64, 91, 120, 121 y 157). El 21 funciona todos los días, con frecuencias de 20 minutos los laborales y 30 los sábados y festivos.